Todo lo que sucedió la víspera del Viernes Santo fue presagio de que, definitivamente, esta iba a ser una semana de pasión. Tal y como nos temíamos, la presidenta doña Monsi se empeñó en hacer una procesión por las escaleras del edificio y amenazó a Carmela con despedirla si encontraba una sola pelusa a su paso. Por si fuera poco, la calima del miércoles complicó aun más las cosas cuando la nube de polvo invadió el interior del edificio.

-¿Hay alguien ahí? -preguntó la Padilla, que bajaba las escaleras intentando buscar cobertura para su sexto sentido ante la baja visibilidad.

Un golpe de pechos contra pechos fue la respuesta.

-A ver si miras por donde vas -se quejó Carmela, que, en el choque, perdió tres pelusas que tenía acorraladas.

-¡Ha llegado el fin del mundo y vamos a morir! -vaticinó María Victoria mientras subía a tientas por las escaleras.

-Mujer, no exageres que solo es calima.

-También es la señal que anuncia la octava plaga, la de las langostas que arrasarán todo lo que encuentren a su paso. La historia del profeta Moisés se repite -sentenció.

Un ruido extraño puso en alerta a las mujeres.

-Apártense -dijo Yeison en medio de aquella bruma apelmazada.

-¿Qué es esto grueso y duro que me has puesto en el muslo? -se horrorizó la Padilla.

-Tranquila. Es el tubo de la aspiradora. Doña Monsi me ha encargado que elimine, as sun as posibol -o sea, cuanto antes-, todo este polvo en suspensión.

A contrarreloj, Carmela prosiguió con la caza y captura de pelusas, la Padilla alcanzó como pudo la puerta de la calle y María Victoria regresó a su piso. Allí, selló puertas y ventanas a la espera de la temible plaga.

A las cinco menos diez, todo estaba listo para el inicio de la procesión. Eisi había aceptado ir de costalero con unos colegas suyos, previa condonación de dos pagos de la comunidad. Doña Monsi, vestida de negro y envuelta en la mantilla que le dejó en herencia su abuela paterna, esperaba sentada en la silla del comedor a que el reloj diera las en punto. La tranquilidad no duró mucho.

-¡Se muere, se muere! -gritó Brígida, alongada por el hueco de las escaleras.

Un piso más arriba, escondida debajo de la cama, María Victoria murmuraba resignada.

-La plaga está llegando. Dios nos coja confesados.

En las escaleras, el resto de vecinos nos juntamos de camino al piso de Brígida para averiguar el porqué de los gritos.

-Mi hermana tiene contracciones -nos contó con el brazo apuntando al sofá donde la mujer se retorcía de dolor.

-¿A su edad? -se maravilló Yeison-. Incredibol.

-Pues si se va a poner de parto, sáquenla del edificio -ordenó doña Monsi-. La procesión está a punto de empezar.

-Sí, ya llegó Angustias -le anunció Yeison.

-¿Y esa quién es? -la presidenta arrugó la cara.

-La señora de Chano, el de la cofradía de pescadores. Usted me dijo que la avisara para la procesión.

-¿Tú eres tonto o qué? Te dije que avisaras a la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias.

-Ya me parecía a mí? Pero pensé que igual la procesión tenía que ver con lo de los panes y los peces y no me extrañó.

A doña Monsi le dio un sofoco repentino y tuvimos que sentarla al lado de Úrsula.

-¿Y cuándo te quedaste embarazada? -le preguntó Carmela pero, como la mujer seguía retorciéndose del dolor, habló su hermana.

-A mediodía, cuando se atiborró a torrijas una detrás de otra -explicó.

-Ah, mujer, entonces lo que tiene no son contracciones sino cólicos.

-Lo que tengo son gases, así que largo de aquí todo el mundo que llega -gritó Úrsula a modo de advertencia.

Minutos después, una detonación explosiva retumbó en el edificio. Eisi creyó que era la señal de inicio y, con la ayuda de sus colegas, levantó el paso procesional. Debajo de la cama, María Victoria empezó a rezar pensando que eran truenos que alertaban de la inminente llegada de la plaga y, en el sofá, Úrsula respiró aliviada.

@IrmaCervino