Un chiste en Twitter: "La primera vez que escuché la Salve rociera pensé que el estribillo decía: Leo leo leo leo leo, pero luego caí en que era una canción andaluza y eso no podía ser". No es lo que se dice un chiste muy gracioso, pero ha servido para prender una hoguera de proporciones estrafalariamente enormes. El chiste lo colgó un guionista de una productora que hace una serie para Antena 3, en la que se amontonan en clave de humor topicazos sobre los andaluces y los vascos, un poco en la estela de aquella desopilante peli con secuela innecesaria que fue "Ocho apellidos vascos".

La cosa es que el chiste "leo-leo" ha ofendido a algunos, desatando eso que los cursis definen como "un incendio en la red", cuando solo es lisa y llanamente una hoguera para achicharrar al que se pille en la redada. A la hoguera, levantada con los leños de la dignidad herida, la honra profanada y la exigencia de despido fulminante del ofensor, se sumó incluso la productora de la serie (y algún colega guionista), cuestionando la oportunidad del chiste y tirando de las orejas al empleado culpable. Otra estupidez más, para quedar bien delante de los estúpidos y evitar -si la cosa fuera a mayores- que Antena 3 llegue a cancelar un contrato porque los odiadores de Twitter se las gastan con muy mala baba. El guionista ha pedido perdón públicamente, además de borrar su cuenta en evitación de males peores. Podemos soportar el odio, las amenazas y el insulto en las redes, pero un chiste sobre andaluces, sobre cojos, mediopensionistas, cantantes que desafinen o alopécicos resulta insoportable. Vaya patio estamos regando?

Soy rematadamente malo contando chistes. No he conseguido jamás hacer reír a nadie con uno, ni siquiera por misericordia, y quizá por eso desistí de imitar a mi tocayo y compañero Paco Moreno, que en otras muchas cosas es un sieso manío, pero contando chistes se sale hasta resultar mitológico a escala menor. Contar chistes y hacer reír a los demás no está al alcance de cualquiera, ni depende solo de lo que se cuenta, sino -yo creo que sobre todo- depende de la implicación, entrega y entusiasmo del que lo cuenta. Por eso internet no es un sitio demasiado bueno para las coñas. Pero aun así, resulta que un chiste es solo un chiste: puede ser bueno, malo o rematadamente malo, tener muchísima gracia o ninguna, caerse al suelo desde la boca por surrealista o abrir la espita festiva del delirio y alegrarnos el día. Porque un chiste es un chiste, no una declaración de independencia (aunque alguna parezca de chufla), ni un alegato moral, ni un discurso sobre la desigualdad entre sexos o una tesis académica sobre las causas de la pobreza. Un chiste es una demostración de ingenio y gracejo, una broma de la lengua, una soflama contra la corrección, una fuerza desatada e indomable que se nos enreda en el subconsciente y deshace todos los prejuicios. Eso es lo que es un chiste. O lo que era.

Uno empieza a estar más que harto de tanta policía de lo políticamente asumible, tanto Torquemada de salón decidido a congelarnos la sonrisa, tanto cretino dispuesto a revolverse a la primera de cambio. Va siendo hora de frenar a esta cuadra de ofendidos por todo y cualquier cosa, que andan buscando escaleras para colgar del techo al primero que orine fuera del tiesto de lo que es aceptable para la mayoría. El sentido del humor es fuente de salud y contento: una sociedad que persigue la chanza y castiga la broma, que se toma a sí misma más en serio de lo estrictamente necesario, es una sociedad enferma de intolerancia. Como la nuestra.