Los pesimistas somos así. Unos tipos decepcionados de la vida que vemos siempre la botella con el líquido más cerca del culo que del gollete. Nos hemos inventado eso de un pesimista es un optimista bien informado, pero solo es una frase hecha.

Yo, por ejemplo, veo lo de la Televisión Canaria más negro que los sobacos de un grillo. Y lo llevo viendo desde que cayó en manos del Parlamento de Canarias, que es como un agujero negro dotado de una fuerza gravitacional capaz de convertir cualquier cosa en la más absoluta de las nadas.

Los diputados decidieron quitarle el control de la televisión al Gobierno, porque los presidentes salían demasiado inaugurando señoras mayores y besando pantanos. O al revés. Una vez que se hicieron con el control de la tele, los diputados decidieron aprobar una nueva ley para que funcionase y aprobaron una chapuza con la que es absolutamente imposible funcionar. Acordaron nombrar un consejo rector compuesto por cinco personas, de las que dos salieron por patas nada más poner el culo en la silla, demostrando visión de futuro y buen tino. Y nombraron a un presidente de la Radiotelevisión a quien, al día siguiente de nombrarle para el cargo, empezaron a hacerle la vida imposible. Como se ve, todo un largo camino de desastres.

Un juzgado de Tenerife decidió suspender cautelarmente el concurso que había convocado Santiago Negrín. Un concurso que ya se había ido a freír puñetas porque las tres ofertas que se presentaron metieron la pata en la documentación. O sea, que se suspende lo que ya no existe. Pero otro juzgado entiende que no procede suspender otro concurso -un negociado- convocado después del fracaso del primero. Un juez que dice "yo de ti no lo haría, forastero". Y otro que dice que pa''lante. O sea, todo clarísimo. Como para estar tranquilo.

La televisión es un servicio público venido a menos. Pero si hay una tierra donde tenga sentido un medio audiovisual público esa es Canarias, una región partida en ocho piezas y separadas unas de otras por la mar y los políticos oportunistas. No voy a liarles más hablándoles de los naturales intereses empresariales volcados en un concurso multimillonario. Solo quiero anticipar, desde mi natural pesimismo, que la tele canaria está más gafada que los altos cargos de Rajoy. Porque es tal la magnificencia del desastre, es tal la intoxicación política y la judicialización, que no hay Cristo capaz de poner a flote un barco con tantos agujeros.

Si no se va a negro, la tele canaria tendrá que seguir a trancas y barrancas. Su destino, en manos de la partitocracia inútil, es incierto. Hace ya años que el modelo tendría que haber sido revisado, pero lo importante siempre cede ante el oportunismo. Ahora, además, los grupos políticos anuncian una nueva ley, que sustituirá a la pésima norma por la que hoy se rige. Que Dios la coja confesada.