Como todo teatro que se precie, el Guimerá, inaugurado durante el reinado de Isabel II, en 1851, también cuenta con su particular fantasma. Se dice que es un alma antigua, probablemente la de uno de los soldados ingleses que desembarcaron con el contraalmirante Nelson en julio de 1797 y buscaron refugio en el antiguo convento de Santo Domingo, que por entonces ocupaba el solar donde hoy se erige la coqueta "Bombonera".

De hecho, las limpiadoras, entre bisbeos, aseguran escuchar cómo, de repente, los baños despiden agua sin razón alguna y se suceden ruidos extraños.

Cierto es que, a día de hoy, nadie ha visto a esa alma en pena, como tampoco resulta demasiado habitual meterse en las tripas de este emblemático edificio, una joya del patrimonio histórico de Tenerife y el más antiguo de cuantos existen en Canarias.

La primera gran reforma de este edificio, construido a la italiana, se acometió en 1911, bajo las órdenes del arquitecto municipal Antonio Pintor. Entre 1989 y 1991 se realizó una segunda reforma en profundidad, diseñada por el arquitecto Carlos Schwartz, que supuso una ampliación y modernización del equipamiento escénico y la construcción de un nuevo cuerpo de edificio añadido en su trasera.

En el verano de 2010 concluyeron los trabajos de la tercera y última reforma, a cargo del arquitecto Haris Kozo, en la que se abordaron trabajos de mejora en el saneamiento, tratamiento bacteriológico de las maderas y la adaptación de los diferentes espacios a las nuevas normativas de seguridad y accesibilidad.

El concejal de Cultura, José Carlos Acha, subrayó que como resultado de su buena programación, el Guimerá "ha sido elegido para participar de jurado en la próxima edición de los prestigios premios Max de teatro".

Por su parte, la concejal de seguridad, Zaida González, destacó el hecho de que, a juicio del programa Platea, el recinto santacrucero haya sido reconocido "como uno de los ocho mejores teatros españoles por su gestión, así como por presentar los mejores resultados de público", con una respuesta media del 75% del aforo.

Una comitiva encabezada por estos concejales, además de Luisa Reyes, técnico del Organismo de Cultura, penetra por una puerta lateral, la del espacio de una taquilla ahora afortunadamente remozada. Desde ahí se accede a un pasillo que alberga los camerinos principales. Unos pasos más y aparece la magnífica tramoya, monumental esqueleto de maderas, cuerdas y artilugios: ese mecanismo que procura cambio de decorados y efectos especiales.

Con la mirada fija en lo alto, el suelo repite el sonido de las tablas. Y de pronto, el teatro, que visto así, desde la escena, asemeja un enorme abrazo semicircular: patio de butacas, palcos, paraíso, gallinero, la gran lámpara...

Mutis por el foro y surge la lavandería, donde Lali se afana en poner a punto los vestuarios, y escaleras arriba más camerinos y una sala de espera, abierta a grupos de Carnaval como vestida con la solemnidad de la alfombra roja.

En lo alto, coronando el edificio y bajo una cubierta de madera a dos aguas, el Espacio Guimerá, ideal para actos de pequeño formato, ensayos y punto de reunión, con un aforo de 80 espectadores con sillas y 150 sin ellas.

Se dice que la excelente sonoridad del Guimerá tiene que ver, en parte, con un aljibe que supuestamente permanece en el subsuelo, un resto del antiguo convento.

En la parte más honda habita el foso; un piano Steinway flanquea la entrada, oscura, antesala de un pequeño recinto en el que se digieren el sonido y la luz de los espectáculos, donde se amontonan atriles, sillas, sueños...

Así muestra sus tripas el Guimerá.

El elegante espacio de la sala Foyer

De estilo francés, y situada sobre el hall, representa uno de los espacios más elegantes del edificio. Era utilizado como sala de descanso entre actos, donde se acudía a fumar y charlar, y en el que hasta se servían refrigerios.

Jose Carlos Acha

concejal de cultura del ayuntamiento