Luiz Inácio Lula da Silva se ha convertido en el preso más conocido de Curitiba, erigida capital anticorrupción de Brasil y tierra hostil para el Partido de los Trabajadores (PT), cuyos simpatizantes acampan en un barrio de la ciudad a la espera de la liberación de su líder.

En los últimos cuatros años decenas de importantes políticos y empresarios condenados por corrupción han desfilado por las dependencias policiales de Curitiba, donde se concentran las investigaciones del caso Petrobras, el mayor escándalo de la historia de Brasil.

Marcelo Odebrecht, Leo Pinheiro, Eduardo Cunha y Antonio Palocci son algunos de los condenados más ilustres que han pasado por esta ciudad de una larga lista ahora encabezada por Lula, el supuesto "comandante máximo" de la trama destapada en la petrolera estatal, de acuerdo con la Fiscalía.

La rutina en Curitiba, cuya población es de unos dos millones de habitantes, no se ha visto especialmente alterada desde el ingreso en prisión, el pasado sábado, del exmandatario, a excepción del barrio de Santa Cândida, en la zona norte de la urbe.

Allí se encuentra la sede de la Policía Federal, donde está recluido Lula, y a la que le rodea un perímetro de seguridad de 100 metros de distancia bajo una estricta vigilancia policial desde entonces.

En uno de los extremos del perímetro, más de 500 simpatizantes del carismático líder están en vigilia permanente e instalados en un rudimentario campamento al que cada día llegan nuevos refuerzos procedentes de distintos puntos del país.

"Para nosotros Lula representa la esperanza del cambio. Es inocente y víctima de una persecución que siempre existió", dice Kenya dos Santos, de 23 años, quien participó en el nacimiento de "Lula Libre", como se ha bautizado al campamento.

El ambiente es "pacífico" y "tranquilo", según cuentan fuentes de la Policía Militarizada, que también indican que a los vecinos no les ha hecho demasiada gracia la idea.

"Continuamos aquí en nuestra vigilia. Ahora están llegando más delegaciones de (los estados de) Minas Gerais y Sao Paulo", cuenta Vanda Santana, de la ejecutiva paranaense del PT.

La acampada sobrevive gracias a las donaciones anónimas, asegura Santana, que reclama las dificultades que han tenido para que las autoridades dejen pasar vehículos para la descarga de víveres.

"Cuando aumenta el número de personas, aumenta el número de policías, pero nosotros estamos cumplimiento con el perímetro acordado, así que no hay problema", comenta.

Curitiba, y el estado de Paraná en general, ha tenido tradicionalmente poca simpatía por el PT y por la figura tanto de Lula (2003-2010) como de su sucesora en la Presidencia, Dilma Rousseff (2011-2016).

En las tres últimas elecciones presidenciales, Curitiba siempre prefirió a otro candidato antes que elegir a uno del PT, que recientemente ha trasladado su sede de manera simbólica hasta esa localidad como una muestra de apoyo a Lula.

El exmandatario fue además hostigado semanas antes en una gira por los estados del sur del país, que incluyó Paraná, donde algunos autobuses de su caravana sufrieron varios disparos de supuestos detractores.

Aquí el hijo predilecto es Sergio Moro, el juez responsable por el caso Petrobras en los tribunales de primera instancia de Curitiba que dictó la orden de prisión contra Lula tras condenarle el año pasado por corrupción y lavado de dinero.

En Curitiba hay hasta una sala en el Museo Oscar Niemeyer (MON) que exhibe las obras de arte, entre ellas algunas de Joan Miró, Salvador Dalí y Vik Muniz, compradas con dinero sucio de la corrupción.

Moro y Lula son las dos caras de un Brasil convulso y ahora están separados por tan solo cinco kilómetros de distancia.

El odio que tienen los simpatizantes de Lula por el célebre magistrado es el mismo que el de los defensores de la Operación Lava Jato por el expresidente. Son dos bandos, hoy por hoy, irreconciliables.

"Brasil es un país dividido por el propio Lula, que incentivó la división entre clases y eso nació con los gobiernos del PT (2003-2016)", aprecia Sabrina Avozani, de 39 años, que se manifiesta desde 2013 a favor de la operación Lava Jato.

Marlene dos Pasos y su esposo Geneval Costas viven a pocos metros de la celda en la que está confinado Lula, pero alejados por decisión propia de esta discusión en torno a su figura.

Los dos han decidido no ir ni a protestas contrarias, ni a favor porque dicen que "discutir" sobre este asunto "no lleva a ningún lado" y genera una "tensión" que, aseguran, va a aumentar en los próximos meses, a medida que se acerquen las elecciones presidenciales del próximo 7 de octubre.