Seguir de cerca la política en España es morir un poco. Es el amanecer del planeta de los simios. Es la efervescencia de la inutilidad, del "y tu más" y del "y dos huevos duros" que ya anticipó Felipe González, aquel gran presidente que decidió que entre la política y la orfebrería, mejor dedicarse a hacer collares para los ricos.

Tras el máster etéreo de Cristina Cifuentes pasamos al máster no presencial de Pablo Casado. Y nos enteramos, con asombro, de que la vida curricular de nuestros dirigentes estaba sembrada de tanta impostura como las calles de Santa Cruz en los Carnavales, llenas de gentes que parecen ser lo que no son. Pero en nuestro caso, sin trampa ni cartón, porque es bien sabido que el disfraz es una falsedad. No era el caso de los que pareciendo ser tan sabios luego resulta que no lo son tanto. Ya se les notaba, de hecho, que por sus obras los conoceréis.

Esta semana, el tsunami de las falsedades ha tocado techo. La presidenta de la Comunidad de Madrid, cercada por las críticas, se ha fajado con la oposición por la vía de evidenciar las vergüenzas ajenas, que siempre consuelan de las propias. Porque mal de muchos ya se sabe que es consuelo de tontos. Y en este país parece que ya no cabe ni uno más. Ahora resulta que el portavoz adjunto del PSOE de Madrid ha tenido que reconocer que en su currículum figuró "durante unos años" que poseía una licenciatura en Matemáticas que en realidad no tenía. Cifuentes, además, ha recordado que el futuro candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid -un candidato del aparato que ya se da por tal a pesar de que no se ha realizado la democrática votación de las bases-, Iñigo Errejón, estuvo cobrando una beca de la Universidad de Málaga, un trabajo al parecer ficticio sobre la vivienda en Andalucía por el que cobró mil ochocientos euros mensuales.

Ese ha sido el poco edificante debate de la política en la capital del reino. Un debate que posiblemente podría ampliarse a todo un país donde políticos y funcionarios han inflado sus méritos como un buñuelo de viento, adornándose con un exceso de plumas a veces más falsas que un euro de chocolate.

Es bastante posible que en los próximos meses sigamos conociendo casos de este tipo. Porque parece un hecho indiscutible que ha sido una costumbre nacional tirarse los pedos más grandes que el culo. La diferencia entre este país y otros, como Alemania, es que allí una ministra dimitió solamente por la presunción de que había copiado su tesis doctoral de otros trabajos universitarios. Si aquí se revisara a fondo el tejemaneje del copia y pega y del carnaval de los méritos, las víctimas darían la vuelta al globo. Y como somos muy de modas, igual estamos ante el comienzo del fin del suflé. Allá ustedes.