El pasado miércoles se cumplió otro aniversario del aluvión del 11 de abril de 1977. Fue una jornada infausta para distintas zonas de La Laguna y de la que, sobre todo, han quedado las imágenes de La Vega anegada. Sin embargo, otro núcleo del municipio también se vio muy perjudicado. Bajamar sufrió una riada que lo convirtió en una escombrera enorme, principio del final de los años dorados del turismo y que, inexorablemente, cambió su historia.

Era Lunes de Pascua y a la dos de la madrugada empezó a llover con fuerza. En su edición del 12 de abril de 1977, EL DÍA recogía que los "cálculos más optimistas" estimaban que en Bajamar se habían acumulado unos 40.000 metros cúbicos de escombros. "La tormenta de agua arruinó varios comercios y establecimientos turísticos, causando pérdidas por más de 50 millones de pesetas", subtitulaba este periódico en un contenido más amplio publicado al día siguiente -el miércoles 13- y en el que el pueblo aparecía como el caos. No era para menos.

"Durante casi tres horas seguidas, la ininterrumpida corriente de agua fue arrastrando grandes cantos rodados, arenas, barro, troncos de árboles, enormes tabaibas, animales muertos. A las seis de la mañana, el paisaje más o menos urbanizado del barranco de San Juan podía calificarse de catastrófico. Todo había cambiado. Algunos vehículos fueron cubiertos de piedras y barro. Las piedras habían alcanzado la altura de la segunda planta del edificio Tucán. La corriente bajó camino de las piscinas e inundó vestuarios y terrazas", relataba un texto en el que también se daba cuenta de un "enorme socavón" en la carretera de la Punta del Hidalgo. En el balance de daños se mencionaba el destrozo de tres coches, así como las afecciones en numerosas "boutiques, tiendas de marroquíes, puestos de postales, la lavandería de los apartamentos Tucán, los sótanos del edificio Piscinas -que tienen tres coches en su interior-"...

El actual presidente de la Asociación de Vecinos Gran Poder de Bajamar, Andrés Padilla, ha estudiado aquel episodio y explica que con esa tromba de agua llegaría el declive. En el artículo "Bajamar 1977" -publicado el pasado año-, expone una serie de factores anexos que se convirtieron en la tormenta perfecta para la zona. El fundamental fue el accidente de los jumbos en Los Rodeos, que tuvo lugar quince días antes y que llevó a que las autoridades y recursos públicos estuvieses "a otra cosa", así como que las obras de desescombro y limpieza se demorasen. Y derivado del anterior, otro clave: la inauguración en 1978 del aeropuerto Reina Sofía -cuya construcción se aceleró tras el siniestro-, con lo que "Bajamar pasó de ser el segundo destino turístico de la Isla a ocupar un lugar periférico en los planes de todos los agentes".

Padilla argumenta que, además, se produjo una "profunda transformación" en el perfil del turista, dado que las clases populares de Alemania y Gran Bretaña empezaron a viajar al extranjero, pero por quince días o una semana. "Tenían claras sus prioridades: sol y sangría. Lamentablemente, el microclima de Bajamar, suave y estable como es, no puede garantizar que haya varios días de sol cada semana del año. Los operadores turísticos decidieron no arriesgar y apostaron por el Sur de la Isla", señala en "Bajamar 1977". Se sumó la "inestabilidad política" en la que vivió la última corporación local del franquismo. "Solo cuando la situación se estabilizó en los años 80, se acometió la renovación de las piscinas y se construyeron las aceras y otras mejoras por largo tiempo prometidas. Pero para entonces ya era tarde".

Intentar ir a la base del problema y promover el renacer turístico ha sido uno de sus objetivos como presidente, pero admite que no es fácil. "Me parece que Bajamar puede tener su sitio; tiene cerca Anaga, el mar y otros elementos muy favorables", decía este viernes un dirigente que percibe que hoy se avanza en algunos aspectos, pero que también se retrocede en otros. Es ahí cuando duda de hacia dónde va el pueblo.