En el Lomo de los Gomeros, una cuesta que alcanza la laurisilva, los pinares y los malpaíses de Cumbre Vieja, busqué la silueta ágil y los ojos amarillos de un perro de mil leches que guardó, por gratitud e instinto, nuestra seguridad y la de nuestros hijos y alegró paciente sus juegos; que compartió los trasnoches bajo el cielo único de La Palma y que, integrado de pleno en la familia, un día desapareció sin dejar rastro.

Fue el epílogo de unas fechas de encuentros y reencuentros con personas y hechos que devolvieron la ternura salobre del tiempo perdido. Entre ellos el concierto de un admirado cantante que profesó en las realidades sencillas que levantan los ánimos y alientan a los hombres animó una tarde arisca de domingo y despertó la memoria de un público variopinto que llenó el teatro Guimerá y pagó con largos aplausos su actuación memorable de noventa minutos intensos.

El recuerdo de Cherokee -bautizado así por su sigilo y por sus raudas apariciones y escapadas- fue un regalo esperado de Alberto Cortez apenas enunció el primer verso -"Era callejero por derecho propio?"- y renovó emociones dulces a lo ancho de su carrera, que roza las seis décadas, y se construyó con ambición y plena fe en sus posibilidades para salir del oficio de vocalista de orquesta, folclorista e intérprete de éxitos y transformarse en un artista total, autor de letras inspiradas y pegadas a la tierra, compositor de temas de elemental y sólida estructura y cantante de excelentes facultades, sabiamente aprovechadas.

En la mochila íntima que todos cargamos, llevó imágenes y sonidos recientes de una velada que resucitó los tiempos de juglares épicos en turbias atmósferas, estrofas del barroco español, versos de las generaciones del 98 y el 27 -Machado y Miguel Hernández- y duetos con el gran Facundo Cabral para pregonar con claridad y hermoso palabreo las verdades olvidadas y las ilusiones eternas. Alberto Cortez entró en escena apoyado en su bastón y ayudado por un asistente; recibió una interminable ovación y luego usó la silla imprescindible y fue él mismo, con la misma pasión y administrando sus carreras y paradas como un gaucho sabio. Creció sentado para estar donde siempre y ponernos a su altura.