Hace años, el único peligro de Tenerife es que te sentaras en un bar y te tocara al lado del pelma de turno, que sabía el remedio a todos los males de este mundo, aunque desconociera la solución para los suyos. Pero a esta isla le está pasando lo que decía Guerra, que ya no la conoce ni la madre que la parió.

Esta semana nos desayunamos con un asesinato que huele a sicarios, con un arma semiautomática con la que cosieron a tiros a un empresario del ocio nocturno lagunero, testigo por cierto en un caso judicial. Los agresores, como en las películas, quemaron el coche desde el que perpetraron el crimen, para no dejar huellas. Este tipo de acontecimientos eran insólitos en nuestra pacifica isla donde los sucesos más trágicos, no hace tanto, se limitaban a los envenenamientos con foferno o algún tiro de escopeta de caza por un asunto de lindes.

Por supuesto que seguimos siendo un lugar tranquilo. La prueba es que estos casos son extraños. Pero cada vez menos. Y no deberíamos echar en saco roto el hecho de que nuestra delincuencia, propia o de importación, ha subido de categoría. Hace pocas fechas, dos turistas holandesas fueron apuñaladas a la puerta de unos apartamentos, en el Sur. Y en unas obras en un campo de golf, en San Miguel, afloró el cadáver de un hombre, enterrado a tres metros de profundidad.

Ya no hablamos de una pequeña delincuencia, especializada en el hurto a los turistas. Ni de un imprevisible loco armado con un machete que nos hace salir en toda la prensa escandalosa de Europa. De lo que hablamos de asaltos con violencia inusitada y de gente que deja un rastro de cadáveres. Una y otra vez, la Delegación del Gobierno, responsable de los cuerpos de seguridad del Estado, repite que nuestra seguridad es envidiable. Pero ante estos últimos acontecimientos a mí me empieza a sonar como cuando el capitán del Titanic intenta tranquilizar al pasaje diciendo que no pasa nada grave.

Canarias necesita más policías y guardias civiles. La seguridad de las zonas turísticas requiere un refuerzo que no llega y es un problema del no deberíamos desentendernos. En vez de tanto radar para cazar infelices habría que dedicar más esfuerzos humanos y materiales a la seguridad. Y tal vez la Policía Autonómica Canaria debería dedicarse a erradicar la delincuencia de importación que viene atraída por la floreciente actividad del turismo, dejando de lado su trascendental misión de decomisar lapas y burgados de estraperlo.

En vez de consolarnos con las estadísticas, deberíamos tomarnos muy en serio acabar de raíz con esta violencia emergente. Tiros en la cabeza, cuerpos enterrados, turistas apuñaladas... Cualquier médico sabe que un cáncer puede tener remedio en sus primeros estadios. Después la solución se vuelve más difícil y traumática. Y no será porque no estemos recibiendo avisos.