No sabe cuánto daño ha hecho. O sí. Me temo que nosotros tampoco. Debe ser muy jodido tener todo al alcance de la mano y que te den una patada en la cara y te tiren por la borda. No hay conciencia. Bueno sí, todos tenemos la nuestra. Cada uno la suya, claro. ¿Ética? ¿Moral? Eso es otra cosa. De estas no veo ni rastro en la que para muchos era "la sucesora". De hecho, resiste con la misma sonrisa que se colocó el primer día, cuando parecía que le había salido una espinilla en la nariz. Desde aquel fatídico momento, hasta hoy, han ido cayendo todos sus argumentos, uno tras otro, con los que ha pretendido revestir de normalidad el extravagante juego de malabares que se ha visto obligada a realizar para, muy digna, intentar mantener su credibilidad intacta ante la opinión pública. Pero ya la tiene por los suelos, agonizante, y aún así, lo de su sonrisa impertérrita, que es a lo que iba, me resulta encomiable.

¿Estará siguiendo el manual del náufrago o será que alguien le pidió que no perdiese los nervios y se mantuviera firme pasara lo que pasara? Puede ser también que se trate de una persona con el ego tan elevado que, a pesar de que lo que tenga en la nariz se agigante mientras siga justificándose. Lo disimula sin detrimento, como si no fuese con ella tal cosa. "Érase el espolón de una galera, érase una pirámide de Egipto, las doce tribus de narices era".

Pero ahí está sonriendo sin revolverse como haría una leona herida. Sabe que no se ha fabricado aún la pastillita del olvido público y que el recuerdo de la corruptela es más alargado que cualquier sombra de duda. Ella tendrá trompa, sí, pero la indignación posee otra parte importantísima del paquidermo: su memoria. La presidenta cadáver se sabe ya fuera de la política. Y resiste tambaleante, sonriendo, hasta comprobar si Ciudadanos se aparta de la carretera antes o después de su renuncia. Es una mártir, para servirle a usted y al partido.

Una sonriente Cifuentes, aún más nariguda si cabe, renunció hace un par de días al máster como si fuese a un novio. Aseguró ante los medios que hizo lo que la universidad le pidió para obtener el título, pudiera ser que nada en absoluto pues, seguidamente, pidió disculpas por haber aceptado "las facilidades" que se le concedieron para lograr la titulación.

La universidad debe ser un faro moral para la sociedad. Primero, porque es un lugar donde se cultiva el pensamiento y la investigación, donde se busca la verdad. Segundo, porque debe encarnar los valores en sus estructuras, en sus dinámicas y en los comportamientos de sus integrantes. Y tercero, porque debe mantener una elemental coherencia entre lo que dice y lo que hace.

La política -los políticos-, también. En una democracia, los elegidos por el pueblo para gestionar el bien público tienen la obligación de constituirse en ejemplo permanente de ciudadanía. La presidenta de la Comunidad de Madrid, de forma inaudita, descarga toda la responsabilidad del caso en la universidad. ¿Qué le importa que la universidad se hunda si ella se salva?

Los estudiantes asisten perplejos e indignados al triste e injusto espectáculo: ¿por qué a mí no me permitieron hacer la matrícula fuera de plazo?, ¿por qué a mí me obligan a asistir a las clases?, ¿por qué yo tengo que realizar exámenes??, ¿por qué no me regalan los títulos?? Cuántos agravios.

Ella hizo lo que "cualquiera" habría hecho en su lugar -o eso creen los de su condición-. ¿Y qué tengo que hacer?, se preguntaría cuando alguien le ofreció conseguir un título sin dedicarle mucho tiempo ni esfuerzo. ¿Buscarme un valedor poderoso, un buen amo, y al igual que la hiedra, que se enrosca en un ramo buscando en casa ajena protección y refuerzo, trepar con artimañas, en vez de con esfuerzo? No, gracias, diría Cyrano; vale, gracias, dijo Cifuentes, mientras seguía trepando. Y... mintiendo. Y el partido la aplaude. Un escándalo.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es