El sol de media tarde acaricia La Laguna. Las calles son un bullir de gentes y las terrazas de las cafeterías rebosan de una animada clientela, ociosa y hasta despreocupada.

En el número 21 de la plaza de La Concepción se alza la casa negra y blanca, un inmueble catalogado en el que asoma una hermosa portada de comienzos del siglo XX y que, hace ya unos tres años, mantiene sus puertas clausuradas.

En medio de tan particular vorágine, un grupo de curiosos turistas -sonrosados, cholas enfundadas en calcetines y móviles en mano- se planta ante el mural de Gervasio Alberto Cabrera que cubre la puerta del garaje, atraídos por aquella composición de figuras y desnudos. Mientras señalan, comentan algo entre sonrisas cómplices.

Apoyado en un bastón, y sostenido del brazo por su acompañante, un hombre lucha, paso a paso, por coronar el descanso de un banco de madera donde lo aguarda un corrillo de profesoras, interesadas en conocer el mítico "museo" que habita en el interior de aquella casa. Es Gonzalo Díaz, "El Conco" (Santa Cruz de Tenerife, 1942) -junto a su hermano Carlos-, aquel activista cultural ahora aquejado por problemas de salud.

Muestra evidentes signos de fatiga, física y también emocional, y apenas toma aliento, su primera reflexión tiene que ver con el arte. "En la Galería Artizar", en la cercana calle de San Agustín, "hay una exposición formidable de Ernesto Valcárcel", dejando que la voz se proyecte con cierto suspenso.

Gonzalo Díaz se licenció en Arquitectura en Madrid y, una vez terminada la carrera, dirigió su mirada hacia la ciudad de Cuenca, donde comenzó a relacionarse con el entonces vanguardista mundo "underground". Allí entró en contacto con Manolo Millares, Martín Chirino o Saura, enfrascados por entonces en montar un museo de arte contemporáneo, y que se referían a él como "El Niño".

Cuenca cambiaría definitivamente el rumbo de su vida profesional y fue en su honor por lo que eligió el nombre de Conca, que así se conocía antiguamente a la ciudad, para su proyecto.

Así fue. En la temporada 1970-1971, en pleno tardofranquismo y en la ciudad sede del Obispado, cuna del pensamiento ultramontano, pero también de la "revolucionaria" Universidad, surgía la Sala Conca. en plena ebullición sociocultural, al abrigo de las ideas de cambio y libertad.

Las vanguardias irrumpían como un fresco aliento de modernidad. Era momento de abandonar aquel imaginario estético y también mental que, bajo los principios de la Escuela Regionalista, se había instalado en las Islas. "En Canarias solo se vendían las típicas acuarelas del Teide y de las buganvillas", explica "Conco" con un mohín de cierto desdén.

Los conflictos no tardarían en aparecer. Cándido Machado, que echaba mano de preservativos como elementos para sus montajes, escandalizaba a la provinciana y tradicionalista sociedad de la época. Y lo recuerda Gonzalo Díaz mientras se le van los ojos y el tiempo a la obra "El mito de los tiempos" de este autor, que su hermano Carlos saca de un peine.

Hasta en tres ocasiones, por orden gubernativa, se clausuró la Sala Conca en 1972. En una, el "responsable" de la polémica fue el pintor Siliuto y sus dibujos de desnudos. En otras, el arte se topó con el sentimiento religioso, por causa de una serie en la que se exhibía la figura de un Cristo sin sexo.

En la recoleta sala lagunera, allá por los 70, ya se exponían muestras de nada menos que Miró, Tapies, Saura, Millares, Chirino, Pablo Serrano o José Hernández, por citar algunos.

Lo cierto es que la grave crisis del petróleo, que en la década de los 70 golpeó duramente a las Islas y también llamó a las puertas de la sala, obligó a "Conco" a repensar un proyecto que se había expandido por distintos puntos de la geografía insular.

La reapertura significó un cambio de estrategia. Gonzalo Díaz se convirtió entonces en el catalizador de un grupo de jóvenes que se conoció como la "Generación del 70", con una nómina que incluía nombres como los de Gonzalo González, Siliuto, Cándido Camacho, Juan Hernández, Ramón Díaz Padilla, Ernesto Valcárcel, Fernando Álamo, Juan Bordes, Paco Juan Déniz, Luis Alberto Hernández, Abel Hernández, Domingo Vega...

Para entonces, aquel espacio se había convertido en el "templo" de la contestación y la protesta, el rompeolas de quienes desde las manifestaciones artísticas se oponían desde diferentes lenguajes estéticos al opresivo sistema.

Porque entre sus paredes no solo tenían cabida las propuestas expositivas más transgresoras del momento, sino también se dieron cita y se pusieron de moda entre los colectivos progresistas las primeras "performances", "happenings", "fluxus", conciertos de música rock y dodecafónica, proyecciones del cine alternativo de vanguardia internacional, teatro y las primeras muestras fotográficas que se mostraban en Canarias.

Pero ya anidaba en Gonzalo Díaz el carácter de un profundo ecléctico y desde mediados de los años ochenta instaló su certera mirada de salista en el grupo conocido como "Pibes 85", con representantes como Hugo Pitti, Paco Acosta, Sema Castro, Manolo Cruz, José del Hierro, Antonio del Castillo, Leandra Estévez, Alberto Fernández, Cristóbal Guerra, Narciso Hernández, Fernando Larraz, Vicente López, Juanjo Peceño, Pilar Redondo, Cristóbal Ruiz, Alfonso Toral... y todo ello sin contar con apoyo institucional alguno.

En su búsqueda de nuevos mercados se decantó por abrirse, superando las fronteras de lo insular, en busca de una nueva apuesta, la de valores nacionales como el caso de Andrés Rábago ("El Roto"), quien estuvo recientemente en la Isla para presentar su exposición "Entreluces" en el Espacio Cultural CajaCanarias de La Laguna, o Fernando Bellver, que siempre le ha brindado una firme fidelidad. Precisamente, mientras mostraba con orgullo y una mueca de melancolía el "tesoro" que a día de hoy se guarda en el interior de la casa blanca y negra -unos cuantos miles de pinturas, dibujos, grabados, fotografías y esculturas, catálogos, que convierten a Conca en el mayor fondo privado de arte contemporáneo de las Islas- surgió la figura de Fernando Bellver, algunas de cuyas piezas permanecían aún embaladas después de haber viajado a Madrid, a una exposición en una antigua fábrica de tabacos en la que "de las ciento y pico obras expuestas, nada menos que ochenta procedían de los fondos de Conca", explicaba Gonzalo Díaz.

De memoria prodigiosa, ojos vivaces y rastros de carácter, "Conco" ejercía de profesor ante un reducido y admirado auditorio.

En un repaso apresurado, como si de una lección de arte contemporáneo se tratase, y acomodados en un espacio estrecho, que solo representa una parte del ingente "museo", iba desgranando nombres y momentos: Monir, Luis Gordillo, Juan Bordes, Alfredo Sosabravo, Luis Mayo, Manolo Benítez, Eve-Maria Zimmermann, José Hernández, "con sus excepcionales dibujos y sus mundos de monstruos".

También José Viera, Paco Juan Déniz, Gonzalo González, Ildefonso Aguilar, "ese cuadro tira para atrás: uno de los grandes", o Juan Ismael, que provocó el éxtasis al descubrirse su obra "Nivaria de los navegantes" (1952), "la pieza clave" de este autor, apostilló, por citar solo algunos de la amplia lista de nombres en la que no pueden olvidarse, tampoco, Fernando Sánchez, Dion Blake, África Coll, Patricia Delgado, Tarek Ode, Gervasio Arturo, Inmaculada Juárez, Lanchi, Salomé Fajardo o Walter Meigs, un clásico norteamericano que se afincó en la Isla y fue "el introductor de la técnica del acrílico", subrayó "Conco".

En un aparte, junto a un verso del gran Arturo Maccanti, confesaba Gonzalo Díaz que, de niño, el ahora presidente del Gobierno canario, Fernando Clavijo, "correteaba por estos pasillos".

Y lamenta, porque no lo olvida, que el Ayuntamiento de La Laguna no le tendiera la mano en el año 2010, para organizar las 27 exposiciones con las que pretendía celebrar el 40 cumpleaños de la sala. Aquel magnífico proyecto quedó truncado y el aniversario pasó desapercibido.

Como la fantástica colección de sus San Esteban, piezas que encargaba a todos los artistas que pasaban por la sala, Gonzalo Díaz parece aseteado por el tiempo y la incomprensión.