La opinión publicada, en una sociedad donde los medios y las redes compiten por la notoriedad, necesita alimentar el estómago colectivo con informaciones y polémicas que mantengan la intensidad del consumo de ácidos gástricos. Existe, por lo tanto, una comprensible tendencia a practicar la política del tamboril, que se hincha para parecer, falsamente, más grande de lo que realmente es. Aunque sea tóxico como la madre que lo desovó.

Desde hace meses se mantiene un debate sobre el sistema de pensiones español que básicamente consiste en decir que se va al carajo. Y es verdad que no va bien. La caja de las pensiones, que llegó a tener setenta mil millones de euros, está más vacía que una biblioteca. Y el número de trabajadores que tienen que mantener las pensiones se queda corto, con lo que el agujero del sistema tiene la odiosa pretensión de llegar a los quince mil millones por año: o lo que es lo mismo, que lo que recauda será quince mil millones menos de lo que se paga.

Pero junto a este razonable temor se deslizan algunas falsedades. Como que las pensiones en España son bajas. Es falso, de toda falsedad. Somos uno de los países del mundo donde se pagan mejores pensiones. De hecho, el riesgo de pobreza es mayor para los jóvenes en edad de trabajar que para los pensionistas, cuyo nivel de bienestar se encuentra entre los más altos de los países desarrollados. El problema de las pensiones es la desigualdad. Frente a las pensiones de jubilación, casi seis millones, que están en una media de mil euros, las no contributivas son absolutamente insuficientes para la vida de cualquier persona.

El hueso que tenemos que morder es que hay más de nueve millones de pensionistas, tres millones y pico de sueldos públicos de la administración y casi tres millones y medio de parados, muchos de los cuales cobran alguna prestación. Y todo esto se sostiene sobre diecinueve millones de trabajadores a los que se les saca la lasca de sus bajos salarios con todo tipo de impuestos directos, indirectos, tasas y servicios. Y que además tienen que pagar la Sanidad, la Educación y otros gastos e inversiones del Estado.

La fórmula clásica dice que hay que aumentar los gastos productivos, generar más riqueza y estimular la economía, lo que producirá más empleo y más riqueza. Pero las economías de producción de bienes y servicios coexisten con otra financiera, donde lo que se mueve es una pelota de dinero virtual cuya burbuja, hace poco, nos estalló en las narices. Los beneficios empresariales han vuelto, pero el peso de los salarios en el PIB sigue por los suelos de antes de la crisis. El problema de España no son las pensiones, sino los sueldos, la recaudación de impuestos y un sector público que se lo traga todo y no hace más que engordar. Y que no se pone a régimen ni a tiros.