La alegría por una noticia esperada se quedó en satisfacción discreta porque, al fin, ETA pidió perdón por sus crímenes, aunque fuera de modo selectivo. Pasadas dos semanas, lo único válido de su acción es la asunción de su derrota ante el Estado al que atacó durante medio siglo. Forzada por su debilidad y falta de apoyo, "el reconocimiento del dolor causado" es una reducción artera "a las víctimas sin participación directa" en el conflicto con el que quiso imponer un régimen totalitario, y a los daños causados en Euskadi.

Con fría mezquindad, borraron de su lista más de la mitad de los novecientos asesinatos cometidos desde 1968, en su mayoría en el periodo constitucional. Los servidores del orden y sus familias, los ciudadanos masacrados fuera del País Vasco -mujeres y niños, trabajadores, empresarios, jueces, docentes, periodistas-, los inocentes caídos y mutilados por su barbarie, no merecieron ni el perdón ni la atención de los siniestros voceros.

En el blanqueo de su inventario de sangre y extorsión (diez mil ciudadanos fueron sometidos a chantaje y los daños al conjunto de la nación rebasaron los veinticinco mil millones de euros), aceptaron su responsabilidad en el "sufrimiento desmedido", pero equipararon los daños a la sociedad vasca y española con la huida y autoexilio de los criminales que burlaron la ley.

Obligados por la derrota vuelven los terroristas y cómplices a su discurso increíble y tardío sobre "su compromiso con la superación de las consecuencias del final del conflicto y con la no repetición del mismo". Véase como un pequeño paso hacia la normalización pero, también, como un sectario epílogo de la afrenta etarra.

Frente a la habitual hipocresía de los pistoleros, y en una decisión que supera el mero simbolismo, los obispos de Euskadi, Navarra y Bayona firmaron un sincero y escueto manifiesto en el que, sin excusas, pidieron perdón "por sus complicidades, ambigüedades y omisiones" ante el terror desatado por la banda criminal. Saludemos la victoria de la razón, la justicia y la democracia, pero no manchemos la valentía y grandeza del perdón -"una virtud que no borra el pasado pero alienta el futuro"- con el montaje de la banda rota y sus poco fiables acólitos.