Cuando Manuel Fraga empezó a hablar del bipartidismo sonaba a chino. España estaba llena de partidos políticos que aspiraban a todo. Pero el exministro franquista sabía de lo que hablaba. Lo que siempre había funcionado en este país era el turnismo o la alternancia entre dos grandes fuerzas políticas que se habían repartido el país a la sombra de complacientes monarquías. Y volvimos a él.

Desaparecida la Unión de Centro Democrático de la transición, regresamos a donde siempre. A la derecha de Alianza Popular y a la izquierda del PSOE. Los conservadores tenían que repartir sus votos con los nacionalistas históricos en Cataluña y País Vasco. Y los socialistas con los comunistas. Pero el poder era siempre para uno de los dos grandes.

Pero la falta de respeto de los políticos a sí mismos; la deslealtad que fue capaz de hacer leña del terrorismo de Estado o del mayor atentado en la historia de este país; la existencia de una financiación ilegal y paralela de los partidos, que permitió el enriquecimiento de tesoreros y recaudadores y el espectáculo de insultos y descalificaciones que unos y otros protagonizaron de forma constante, terminaron por hartar a los españoles. Necesitaban nuevas opciones.

Albert Rivera llegó a la política como en un parto: desnudo en una valla electoral en la que reclamaba la atención de la gente. Fue la misma clase de osadía, de ruptura con lo tradicional, con la que Podemos entró en el Congreso, con sus largas melenas, su actitud desafiante a las formalidades y sus salidas de tono en los discursos de toma de posesión. Parece que han pasado mil años, pero hace muy poco tiempo de todo ello. La política achicharra a tal velocidad que aquellos jóvenes partidos parecen que llevan ya toda la vida con nosotros.

Podemos pasó de gran promesa de "sorpasso" al PSOE a casi consumirse en peleas intestinas tras su alianza con los comunistas y los independentistas catalanes. Están saliendo de ese pozo trabajosamente. Ciudadanos, hasta ahora, permanece intacto porque Rivera no permite que la hierba crezca por encima de la altura de las rodillas. Y porque nunca han ejercido el poder de gobernar.

Ahora son ellos los que surgen como el gran tsunami electoral. Son el oscuro objeto de deseo de todos los candidatos y la resaca electoral les va a situar en el primer plano de negociaciones y pactos locales. Gestionar todo eso con prudencia y eficacia va a ser muy difícil. No hay más que ver cómo se pavonean ya las plumas de algunos gallos, antes incluso de entrar en el corral. El poder es lo que transforma la mediocridad en insoportable.

Hace unos días alguien recordó a Estanislao Figueras, presidente del gobierno de la Primera República española, quien tras un turbulento consejo de ministros soltó la siguiente frase: "Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros". De vivir hoy, seguramente estaría repitiéndolo a todas horas.