Yo no sé muy bien si el primero de mayo se ha convertido en el día de los sindicatos, que son los más concernidos por el asunto de no perder su trabajo. Y es que la cosa sindical llevaba camino de convertirse en un Día de los Difuntos, con lo que habría que trasladarlo hacia noviembre. No es coña. La UGT perdió en los años de la crisis cerca de un cuarto de millón de afiliados, casi los mismos que CCOO.

Los partidos políticos tradicionales entraron en una crisis que hoy están pagando. Las cúpulas dirigentes se convirtieron en monarquías que pretendían perpetuarse a través de un sistema endogámico, concediendo privilegios a la mediocridad. Se cerraron a la sociedad y promovieron el liderazgo de los más fieles en vez de los más aptos. La respuesta de la sociedad ha sido apoyar nuevos movimientos políticos (que volverán a hacer lo mismo, no se hagan ilusiones). Los sindicatos españoles hace tiempo que viven en esa misma burbuja.

La primera huelga general de la crisis se convocó cuando el Gobierno español decidió tocar los sueldos de la Administración pública. Antes habían caído en el paro millones de trabajadores del sector privado sin que a los dirigentes sindicales se les moviera un pelo del flequillo. Porque los sindicatos, salvo escasas excepciones, asientan sus intereses sobre la estructura de los casi cuatro millones de empleados públicos que hay en nuestro país.

Las fuerzas sindicales padecen los mismos males que afectan a los partidos políticos del bipartidismo español. Embebidos en sí mismos han terminado por dar la espalda a la sociedad. El fenómeno de las "kellys", limpiadoras de piso que se han organizado por su cuenta, dejando a un lado a las organizaciones sindicales, se ha repetido en el caso de los jubilados, que se han movilizado con sus propias estructuras gremiales. La sociedad de las redes sociales se mueve más rápido que la burocracia del poder político y sindical.

La foto de las federaciones de CCOO y UGT de Cataluña, saliendo al lado de las fuerzas independentistas para pedir la libertad de los "presos políticos" secesionistas, tampoco ha mejorado la imagen de los grandes sindicatos en el resto de España. La dimisión de Albert Rivera, el líder de Ciudadanos y militante de UGT, fue el símbolo de la decepción de muchos afiliados que no entienden la estrategia catalana del sindicato.

Pero no pasa nada. Los gobiernos seguirán pagando las horas sindicales, los sueldos y las subvenciones y los liberados seguirán apuntalando la fuerza sindical. Y los partidos políticos seguirán creando empleo. A Cardona el PP ya le ha buscado uno en el puerto de Las Palmas. Y ahora crearán diez nuevos sueldazos en el Parlamento de Canarias. Esas son las reglas de la fiesta del trabajo y de la verdadera fiesta de la democracia. Los partidos y sindicatos gastan y ustedes, de sus salarios, lo pagan.