San Cristóbal de La Laguna está sembrada de cruces, que al llegar mayo se multiplican por calles, caminos, senderos y despoblado. Solitarias cruces de tea sobre paredones de piedra seca o en tapias y portadas de haciendas rurales, muchas resistiendo lluvias, solajeros y ventarrones desde hace cientos de años. Cruces ensambladas en caoba, cedro o barbusano por reputados maestros ebanistas. Hermosas cruces de plata, labradas por orfebres que hicieron de nuestra ciudad el centro de más alto nivel del arte de la orfebrería en Canarias durante los siglos XVII y XVIII. Cruces familiares que en este día se engalanan con profusión de flores y de cirios en zaguanes convertidos en ocasionales oratorios o presidiendo improvisados altares en el mejor lugar del hogar, entre búcaros y lamparillas. Cruces en capillas construidas en su honor en distintos lugares de la población, que son testimonios de una tradición bien arraigada y de la pujanza en otros tiempos de algunos gremios de artesanos.

Este año se cumple medio siglo de la reedificación del humilladero de la Cruz de los Álamos, en la bifurcación de los antiguos caminos de Las Mercedes y Jardina. Siempre ha sido muy querida esta cruz por los labradores de la vega. Junto a ella solían detenerse, encomendarse a su protección y cobrar fuerzas para proseguir la diaria caminata, las lecheras de la zona que repartían su carga por la ciudad y las que, atravesando los valles sucesivos, iban a Santa Cruz a pie para el mismo menester, sobre la cabeza las grandes cestas llenas de cacharros con el ordeño cotidiano. Al centenario madero lo guarecía un tosco chamizo, que con el tiempo acabó en la ruina. Hasta que, en 1968, los vecinos del lugar y alrededores decidieron sustituirlo por una edificación digna, segura. Pusieron manos a la obra, de forma que la nueva construcción pudo ser bendecida e inaugurada tal día como hoy hace cincuenta años. Es una sencilla pero bien cuidada hornacina con cubierta de teja del país a dos aguas, arco de medio punto, puerta con cristalera y reja protectora y no más espacio que el suficiente para unas jarras con flores. Emerge en medio de un paisaje salpicado de retamas blancas, guaidiles, franciscanas marañuelas y jóvenes dragos. No por hallarse en un alejado rincón de la vega, fuera del circuito tradicional de las cruces laguneras de mayo, esta cruz del camino de los Álamos, en el corazón de la vega de Aguere, podría quedar arrumbada hoy en el olvido.

A las cruces con que el exclaustrado José María Argibay jalonó en la segunda mitad del XIX (se cumplen ahora ciento sesenta años) la antigua calle Empedrada, hoy Marqués de Celada, los vecinos que cuidaban de ellas las protegían en su fiesta de mayo, hasta no hace mucho, con una especie de capillitas de lona decorada y tejadillo en doble vertiente. Las solían adornar con un medallón central ribeteado de flores blancas y moradas con un grabado de la cabeza de Cristo coronado de espinas y, pendiendo de los brazos, el clásico sudario de encaje o lienzo de holanda, además de los clavos de la crucifixión, de metal reluciente. A ambos lados del madero sacrosanto, maceteros con begonias frondosas, capas de la reina, airosas palmeras de interior. En improvisado altarcillo, una pequeña imagen de Dolorosa compungida o de un santo de especial devoción familiar, candeleros y candelabros, alhajas varias, vistosos jarrones enramados, porcelanas antiguas y tapices; lo mejor y más preciado de cada hogar. Grandes helechas de a metro se mecían, como largas cabelleras verdes, desde lo alto de los ocasionales oratorios. La antigua calle Empedrada era un ir y venir de gente, de chicos y de grandes, en el tradicional recorrido por las cruces de mayo.

También merece ser recordada en este día, por su valor etnográfico y etnológico, otra tradición. Es un curioso y viejo rito que se mantiene vivo aún en alguna que otra familia lagunera, por excepción o por puro milagro y debilísimamente. Así quedará al menos constancia de ella, antes de que acabe por perderse para siempre. Su origen es probable que sea sudamericano. En Colombia, de Barranquilla a Bogotá, tiene fuerte arraigo, como puede comprobarse con solo bucear en la red. Pero, entre todas las versiones conocidas, es sin duda la de San Cristóbal de La Laguna la más hermosa, sencilla y de mayor lirismo, además de ofrecer rasgos diferenciadores muy acusados:

Al atardecer del tres de mayo, después del toque de oración, no se reza el rosario sino la letanía exclusiva del día de la Cruz. Una vez encendidas las candelas y lamparillas de la cruz familiar, se inicia la larga salmodia. La persona encargada de dirigir el rezo comienza musitando: "Jesús para mi Jesús", a lo que los demás responden: "Dame una buena muerte, mi buen Jesús". Así diez veces, una tras otra. Al llegar a la decena, quien conduce la oración, en vez del gloriapatri recita esta curiosa cuarteta, compuesta por dos pareados aa bb en rima asonante:

Perro, sigue tu camino,

que yo no quiero ir contigo,

porque el día de la Cruz

mil veces nombré a Jesús.

Y vuelta a empezar con "Jesús para mi Jesús" y la contestación ya dicha de los demás: "Dame una buena muerte, mi buen Jesús". De esta forma se repite la jaculatoria hasta alcanzar el millar de invocaciones. Es sin duda una reliquia etnológica, a la que ya me referí en un reportaje publicado en este mismo periódico tal día como hoy hace cincuenta años. Bien merece un estudio detenido de su origen, relaciones e interconexiones, lo que obviamente no tiene cabida en una crónica periodística.

Finalmente, recordemos que en la secular celebración lagunera de las cruces de mayo se mantienen también dos sencillas costumbres, que no pocos vecinos siguen respetando. Son los llamados ritos del enramado y el encendido, para que ninguna Cruz, por humilde que sea, pueda quedar en este día sin al menos un pequeño manojo de flores silvestres a sus pies o un candil alumbrándola desde el amanecer hasta bien cerrada la noche.

Ahora que la Asociación de las Cruces de La Laguna está empeñada en rescatar y reavivar las peculiaridades -consejas populares, ceremonias, expresiones orales y plásticas- de esta festividad de mayo, de tan hondas raíces en la historia de nuestra ciudad, no estará de más el reto cordial que pueda contribuir a la recuperación de las de mayor significación y autenticidad.

*Cronista oficial de San Cristóbal de La Laguna