He leído el interesante y exhaustivo artículo de nuestro cronista oficial, José Manuel Ledesma, acerca del origen de todas las cruces de mayo ubicadas en la ciudad, excepcionando a la que da nombre a nuestra ciudad y puerto, porque tal como los menciona la historia, fue el invasor Alonso Fernández de Lugo el que clavó la cruz fundacional de la Isla, de la que toma nombre esta urbe con cinco siglos de existencia. Pero para organizar una expedición de invasión y conquista se necesitaban recursos económicos de los que carecía el aventurero sanluqueño; de modo que tuvo que endeudarse con los préstamos concedidos por el banquero florentino Juanotto Berardi y el mercader genovés Francisco de Riberol, avecindados ambos en Sevilla; todo ello bajo la protección del poderoso duque de Medina Sidonia. Con estos menesteres, la suma le dio para fletar seis barcos, bajo el mando de Íñigo de Artieta, poseedor de una carraca de 1.200 toneladas y con capacidad para mil doscientos toneles, más una dotación de 871 mercenarios, sumados de la marinería, tripulación y soldados. Un vasco que ya ostentaba desconfianza con el de Lugo por un impago anterior de otra nave fletada para viajar hasta Guinea. De esta manera, con este equipamiento moderno, si lo comparamos con las primitivas armas de los guanches -piedras y garrotes- compuesto por armas de metal, ballestas y artilladas con bombardas, además de espingardas para disparar a corta distancia, capitaneadas por Jorge Grimón.

Llegado finalmente al litoral de Añazo, desembarcó sus tropas y pertrechos por la cala de Puerto Caballos, para clavar la mencionada cruz y celebrar una misa de acción de gracias en el improvisado campamento. Acto seguido se entrevistó con el caudillo de la zona, el presuntamente desvariado Beneharo, que vio venir encima la amenaza bélica y se ausentó sin más palabra. Posteriormente, llegado a oídos del poderoso Benitomo o Bencomo, líder del más frondoso menceyato de Arataupala (La Orotava), bajó con sus huestes hasta la zona del fortín de Gracia, para parlamentar con su rival. Ya en presencia de él, experimentó un rechazo inmediato al oír sus ambiciosas propuestas de apoderamiento de tierras. Y fue esta animosidad inmediata la que originó la ruptura de relaciones y la gestación oficiosa de una declaración de guerra de sus bandos contra las fuerzas invasoras.

Sin embargo, el orgulloso capitán no contaba con la tenacidad de los guerreros guanches, los cuales estuvieron a punto de descalabrarlo de una certera pedrada en la cara, originándole la pérdida de varios dientes y fractura del pómulo, quedando a merced del enemigo; acción que fue solventada por su sobrino Pedro Benítez "El Tuerto", cambiando su capa azul por la roja del herido cabecilla, al que salvó de morir en manos de sus atacantes, siendo a su vez víctima de ellos casi de inmediato creyendo que era su contrincante. A causa de esta importante derrota, el escarmenado invasor tuvo que reunir los restos de su ejército y reembarcar de nuevo con rumbo a Gran Canaria para llegar a Sevilla a lamerse sus heridas y las de las secuelas económicas, pues ya los prestamistas habían reclamado en la Corte el impago de las deudas, que eran fruto de su comportamiento habitual.

Una segunda expedición, esta vez más y mejor pertrechada, los hizo volver de nuevo a la Isla para perseverar en su intento de conquista, situación que fue aprovechada por los envanecidos guanches, que en su aureola de confianza cometieron el mayor de los errores que dio como resultado una batalla a campo abierto en los llanos de Aguere, hasta el límite donde hoy se yergue la conocida Cruz de Piedra. Sintiéndose dueños del terreno, los invasores cargaron a caballo contra los confiados guanches, perdiendo la vida el propio Tinguaro, alanceado por Pedro Buendía en las cercanías de la actual montaña de San Roque; siendo finalmente cortada su cabeza y clavada en una pica para escarmiento de los indígenas, que contemplaron horrorizados el rostro de su valiente lugarteniente.

Marcado el ocaso del pueblo, diezmado por la modorra, enfermedad contagiosa originada por la putrefacción de los cadáveres en contacto con el agua de los arroyos, la invasión se fue extendiendo hasta conseguir finalmente firmar la capitulación en Los Realejos, dando fin a la guerra y comenzando a padecer los vencidos toda una odisea de abusos y vejaciones por los nuevos colonos recién llegados a la Isla; relegándose los más resistentes a las zonas más abruptas de la geografía insular hasta su extinción o unión con los nuevos pobladores.

Pasados los años, la tradición ha conservado el homenaje al símbolo del martirio de Cristo, con la Invención -descubrimiento- de la Cruz verdadera del Mesías por Santa Elena, madre del emperador Constantino. De ahí que coincidiendo con la estación primaveral y el florecimiento del paisaje insular, se erijan diversas cruces que se ornamentan con motivos florales, a cual más bello. Dando paso a la celebración de las fiestas fundacionales de la ciudad, que más de cinco siglos después conserva sus rasgos nominales y venera la imagen del viejo madero, ahora guardado en una cruz de cristal y níquel, con el escudo grabado y depositada en la parroquia matriz de La Concepción, que procesiona cada año llevando como característica el lema grabado que reza "In hoc signo vencis" (Con este signo, venceré). Felices fiestas a todos.

jcvmonteverde@hotmail.com