Cuando se aprobó la moratoria turística, muchos empresarios aplaudieron con las orejas. Fue como si en una calle donde hay tres bares prohiben abrir más. Los que ya están se reparten el negocio. Pero, en realidad, la moratoria no impidió que los poderosos hicieran nuevos hoteles. Solo se cargó el suelo congelado que estaba hipotecado y que terminó en manos de los bancos; esos cariñosos amigos. Y después en manos de grandes empresarios con liquidez.

El sector ha vuelto a despertar nuevas dudas. Hay gente que se pregunta si podemos soportar dieciséis millones de turistas tirando de la cisterna del cuarto de baño, alquilando coches y contaminando este bello paraíso de cuartos de aperos con antena parabólica. ¿Podemos?

Baleares tiene la mitad del territorio de Canarias y explota el turismo apenas cinco meses. Y tiene también dieciséis millones de visitantes. ¿No les preocupa el daño irreparable en el medio ambiente o es que allí prohíben a los guiris hacer de vientre? Igual es que, sencillamente, los mallorquines no son tan rematadamente imbéciles como para cargarse el negocio del que comen. Igual es que aplican una tasa turística que recauda ciento veinte millones al año con destino finalista -por ahora- para mejoras ambientales. O igual es que allí solo vive un millón y medio de personas.

Porque esa es la cosa. En Canarias viven hoy dos millones ciento sesenta mil personas. Y trescientos mil turistas de población flotante, cada día. ¿Esa es la carga de población que pueden soportar las Islas? Hay datos que indican que no. Por ejemplo, que tengamos un paro estructural que nuestra economía es incapaz de absorber aunque esté funcionando a pleno rendimiento.

Pero esas cosas se regulan con el tiempo. Entre el doce y el quince por ciento de los trabajadores del sector servicios es foráneo. Y ese porcentaje en islas como Fuerteventura o Lanzarote se dispara. Decir que esos datos son "buenos" o "malos" es como pretender darle un valor moral a la ley de la gravedad. Son flujos migratorios que se producen porque hay mercado que demanda mano de obra barata. O como dicen los empresarios del sector, con competencias lingüísticas (porque para recoger toallas hay que saber cinco idiomas).

Los españoles fueron mano de obra barata en Alemania. Y los canarios emigramos a Venezuela o Cuba en los años malos para estas islas. La gente se ha movido por el mundo buscándose el guiso. Y lo sigue haciendo. Es difícil que podamos hacer como los docentes canarios: blindar los puestos de trabajo para los locales. La población se regulará porque los que no encuentren aquí futuro lo tendrán que buscar en otro sitio. De hecho ya está pasando. Nuestro problema, en realidad, no es de población sino de riqueza. A diferencia de Mallorca no hacemos turismo, nos lo hacen. Y nosotros nos quedamos con las raspas. La pregunta, entonces, no es si sobra población sino si nos faltan sesos.