El Tribunal Constitucional ha validado la llamada Ley de Turismo de las Islas Verdes. Pese a su nombre, no quiere decir que vayamos a pintar algunas islas de ese color; es un eufemismo con el que nos referimos a las tres islas más subdesarrolladas y más pobres de Canarias: La Palma, La Gomera y El Hierro. El Parlamento sacó una ley que adapta las normas de la legislación turística a estos tres territorios, que no se han incorporado a la riqueza que mueve Canarias. Es un zapato jurídico hecho a su medida.

Las cuatro islas donde el turismo funciona trataron esa ley con el falso paternalismo de quien tiene la gallina de los huevos de oro. Mostraron su benévola preocupación por que esas tres islas de gran belleza sufrieran la perversa depredación de los guiris. Y lo hicieron, por supuesto, mientras seguían ingresando en el PIB insular los miles de millones que les deja el turismo.

La realidad es que en las últimas cuatro décadas el turismo ha marcado la diferencia. Las tres islas que no lo tienen apenas han crecido en diez mil habitantes. Las cuatro que sí se han disparado. Especialmente Lanzarote y Fuerteventura.

La gran falacia que subyace en el discurso de tanto cantamañanas es que el turismo es la causa de nuestros males. De la destrucción del territorio y del medio ambiente. Es falso. El suelo dedicado al turismo no llega al 4% del total de las islas, que por otra parte están más protegidas que los liberados sindicales. Lo que se ha cargado a las cuatro islas más desarrolladas son los cuartos de aperos con antenas parabólicas y salón cocina-comedor donde no viven los guiris, sino una especie endémica conocida como canario de medianías.

Es cierto que no existe acción sin consecuencias. El mayor número de turistas ha provocado la afluencia de mano de obra de otras localizaciones. Los municipios del sur de las islas grandes y los de las dos islas de la provincia de Las Palmas acumulan el cuarto de millón de currantes que han venido al calor del trabajo en el ocio, el comercio, la restauración y los hoteles que han florecido con el turismo. Y detrás de ellos han venido las infraestructuras y los residenciales para alojar a toda esa nueva población.

Una cosa es cómo se reparte la riqueza -que en Canarias es obvio que se hace mal, porque del turismo ganan más los de fuera que los de dentro- y otra muy distinta que la haya. Porque si no hay riqueza, lo que queda para repartir es la pobreza. Las tres islas menos desarrolladas del archipiélago tienen el perfecto derecho de apuntarse al carro que tira de la economía. Porque si no, van a terminar como tres grandes residencias de ancianos y parques temáticos de fin de semana para los otros canarios que de momento, a pesar de tanta queja, viven mucho mejor que ellos.