La donación del magnífico retrato de la marquesa de Espeja, firmado por Federico Madrazo Kuntz en 1852, nos ilustra sobre la filantropía de la donante -Alicia Koplowitz, premiada como coleccionista en la última edición de Arco- y cubre un antiguo vacío en la colección del Museo del Prado y, en concreto, en el capítulo de uno de los grandes pintores decimonónicos, "el mejor del medio siglo y el de mayor proyección internacional", según los especialistas.

La tela de gran formato emplaza a la bella Josefa del Aguila Ceballos, entonces veinteañera, en un exterior que sugiere un parque romántico, y evoca en el posado la elegancia impuesta por Ingres interpretada, eso sí, con el lenguaje personal -la pincelada precisa y las singularísimas gamas- de un plástico que iniciado en los asuntos de historia, su excelsa calidad le forzó a dedicarse en exclusiva a su aplaudida condición de retratista.

El santanderino José Madrazo y Agudo (1781-1859) inició una famosa saga vinculada a la pinacoteca madrileña desde su fundación. En la misma se inscriben sus hijos Pedro, que alternó su oficio con la crítica e historiografía; Luis, cualificado en temas religiosos e históricos; y Juan, reputado arquitecto y espléndido dibujante; su nieto Raimundo, consumado retratista; y su biznieto, el gran Mariano Fortuny Madrazo.

El patriarca fue discípulo de Louis David y amigo de Ingres, pintor de cámara de Carlos IV, se exilió en Roma durante la ocupación napoleónica y, mimado por Fernando VII, a su regreso a Madrid catalogó las colecciones reales, reorganizó la institución e instaló en su sede un taller de grabados y litografías. En 1823 accedió a la dirección de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y, después, a la del ya consolidado museo nacional.

En la corte de Isabel II, su primogénito, Federico (1815-1894), ocupó los mismos cargos que su progenitor; fue suspendido durante La Gloriosa y restaurado con el advenimiento de Alfonso XII. Aumentó y completó los fondos con valiosas adquisiciones y donaciones y su labor fue reconocida y valorada por sus sucesores. A través de cuatro generaciones, como contamos, los Madrazo tienen un capítulo singular y destacado en la historia del Museo del Prado.