Sí, es la primera palabra que me viene a la mente cuando se trata el problema de Cataluña, no solo en los medios de comunicación sino en el privado. Ya he perdido la cuenta de los meses que llevamos con el mismo asunto. ¿Seis? ¿Ocho? ¿Diez? Sinceramente, no lo recuerdo, y estoy seguro de que lo mismo piensan millones de españoles -y catalanes- que observan, estupefactos, cómo el Gobierno central no adopta las medidas necesarias para acabar de una vez con ese vodevil. Estamos cansados de oír que se han aplicado escrupulosamente las leyes previstas en la Constitución -el famoso artículo 155 (supresión de cargos, control presupuestario, cierre de ''embajadas'', etc.-, pero ahora, tras la toma de posesión del nuevo presidente de la Generalitat, la gente se pregunta, después de su entrada en el escenario, para qué ha servido la puesta en escena anterior.

Según parece, si el Gobierno -no digamos, por favor, "si Dios"- no lo remedia, el propósito del nuevo presidente es que el calcetín recupere su estado anterior. Y lo dice, además, con una seguridad que pasma, sintiéndose seguro de que el "centralismo" no se atreverá a hacer nada porque se siente observado por el mundo mundial. Así, si aquel no le concede los fondos necesarios para llevar a buen término sus propósitos, los buscará en otra fuente; hay muchos independentistas que poseen esos medios y están deseando ofrecerlos para esos fines.

Insisto en lo que poco antes he manifestado: ¿qué espera el Gobierno para actuar con decisión? Repito aquí lo que muchos otros articulistas han escrito a lo largo de la última semana: deseo de contentar al Gobierno vasco para poder aprobar los presupuestos de este año; temor a la respuesta de los organismos internacionales; inmovilismo ante la repercusión que medidas más drásticas puedan tener en las elecciones generales; etc. Sea lo que sea, la reacción no es la que el pueblo espera. No obstante, son reconfortantes las noticias difundidas tras las entrevistas sostenidas por el señor Rajoy con los señores Sánchez y Rivera, en el sentido de que se extremará la vigilancia para que el futuro Gobierno catalán acate hasta la última coma de su Estatut y la Constitución, pero luego, tras haberlo pensado un momento, me asombra la candidez de nuestros líderes al pensar que aquel no tiene ya preparado un plan B para llevar el ascua a su sardina. Ha terminado el primer acto, va a comenzar el segundo -que finalizará, como ya muchos vaticinan, con la aplicación de nuevo del 155-, y vuelta a empezar.

En otros artículos que EL DÍA me ha publicado a lo largo de los últimos meses he manifestado con claridad mi idea al respecto: Cataluña, mientras exista la Unión Europea, nunca será independiente. Los motivos de esta afirmación están más que claros puesto que tras esa "separación" Francia se las tendrá que ver con los corsos y los bretones, Italia con el Bajo Tirol y Lombardía, Alemania con los bávaros, Bélgica con los flamencos; hasta Dinamarca, con las islas Feroe?

Una norma en mis artículos es no opinar sobre lo que no sé, pero eso no implica ser un mono: ni oigo, ni veo, ni hablo. Sí implica, al menos, que aún tengo capacidad para asombrarme de lo que a veces acontece en el mundo sin que se haga nada para remediarlo. En esta tesitura yo me atrevería a hacer "a quien corresponda" la siguiente pregunta: ¿Qué harían, cuál sería su respuesta política, Estados Unidos, Francia, Italia y Bélgica si se vieran inmersos en un proceso de autodeterminación protagonizado, respectivamente, por Hawái, Córcega, Lombardía y Flandes?