Contra su voluntad, María Dolores Portero Velasco, santacrucera nacida en 1945, lleva sintiendo el peor significado de su segundo nombre desde hace 32 duros años. Los que han transcurridos desde que decidió desenterrar el pequeño y ligero, sobre todo ligero, féretro de su hija María Isabel y comprobar, junto al sepulturero del cementerio capitalino de Santa Lastenia, que la cajita no contenía nada, salvo una bolsa con la ropa que llevaba su bebé de 2 meses cuando supuestamente murió en el hospitalito de niños de la capital tinerfeña por una "meningitis fulminante". Desde entonces, tuvo la convicción absoluta de que le habían robado a su hija y a su dolor profundo, dolor que le cuesta describir y resulta difícil de captar bien si no se vive algo así, se une una frustración igual de aplastante porque su exmarido no le ayudó como quería en la búsqueda e investigación.

Hace solo unos meses, María Dolores conoció a Raúl Rodríguez y otros integrantes del colectivo Sin Identidad, que lleva tiempo estudiando y resolviendo casos de niños robados en Canarias de la implacable dictadura franquista. No obstante, lo más duro, lo que menos debería aceptar la sociedad actual, es que lo vivido, más bien lo sufrido por Dolores, se produjo en plena democracia sin que nadie le diese una explicación, una pista o esperanzas (por mucho que, al nacer, todos resaltaran lo que se le parecía su niña) hasta que ha conocido a esta asociación.

A sus 73, recuerda lo sucedido de forma vívida y lúcida, por crudo que sea. Había tenido 4 hijos antes en las clínicas Zerolo, Capote y La Candelaria, alumbrando su quinto retoño en el HUC. Dos meses después, el 28 de septiembre de 1981, ingresan a la bebé en el Hospitalito de Niños por fiebres altas. "Una enfermera me la quita de las manos porque le faltaba la respiración y se la lleva al doctor. Sin explicarme qué le pasaba, más tarde nos pidieron que bajáramos al cuarto mortuorio porque había muerto, pero no me dejan ver el cadáver, que sellaron en una pequeña caja, porque decían que estaba muy mal al haber fallecido por una infección muy fuerte, una meningitis fulminante". Sin embargo, a su marido y a uno de sus hijos siempre les llamó la atención lo poco que pesaba aquel féretro al llevarlo a Santa Lastenia y enterrarlo en el "patio de los niños", dado que María Isabel pesaba ya 6 kilos. Eso sí, y es algo que se repite mucho en casos de bebés robados, no tuvieron que pagar por el sepelio.

Lo peor vino en 1986, cuando Dolores pide permiso en la oficina del camposanto para exhumar a su hijita con el fin de trasladarla al Nicho a Perpetuidad del cementerio de San Rafael. Lo que le dijo el sepulturero al abrir la pequeña caja se le grabó para siempre y ha marcado su vida: "Señora, averigüe esto porque la niña no está enterrada aquí". Lo único que había en la ligera caja era una bolsa con la ropa que llevaba aquel 28 de septiembre del 81, año en que ciertos "salvapatrias" quisieron que la tierna democracia española tornase otra vez en siniestra dictadura, aunque algunas prácticas, por lo visto, no se enterraron bien.

María Dolores puede ser víctima de un posible caso de bebé robado, pero después de 1978, año tope que, de momento, pese a la profunda oposición de Podemos, incluye la Ley de Memoria Histórica que prepara el Parlamento canario. De ahí el enojo de Sin Identidad y de ahí también que esta madre rota, pero luchadora, reclame justicia o, al menos, que se facilite al máximo la investigación con el acceso a todos los archivos, otra de las exigencias del colectivo por las carencias del texto legal.

El principal impulsor del colectivo Sin Identidad, Raúl Rodríguez, relata a EL DÍA que, desde hace más de 20 años, han ido investigando y resolviendo expedientes de niños o niñas robadas en el Archipiélago, sobre todo durante el franquismo, aunque también en democracia. Hasta ahora, la cifra de casos resueltos es de 15 en Tenerife y Gran Canaria, con pruebas de ADN incluidas, una de las primeras medidas que se toman para iniciar las investigaciones y que Dolores aún debe hacer para buscar en los bancos existentes o cotejar con otras pruebas o indicios. No obstante, lo más alarmante es que, solo en Canarias, y de aquellos casos que domina su entidad (que surge en la Provincia tinerfeña, pero que acabó extendiéndose a la otra e influyendo también en la concienciación en todo el país), quedan por resolver unos 150 y cada vez se van conociendo más o, incluso, se los pasan instituciones como el Cabildo tinerfeño. Una administración que, curiosamente, es a la que más acusa de permitir los robos en dictadura e incumplir las leyes de tutela. Además, subraya que, por la lejanía, estas prácticas fueron más habituales en las Islas, y de ahí que le parezcan intolerables las carencias de la ley canaria que se prepara, que denunciará en la ONU si no cambia a tiempo y bien.

Los Bonilla, ejemplo de la macabra metodología

Los casos que llegan a Sin Identidad no son solo de menores robados. También dominan historias de canarios que, si bien no fueron arrebatados a sus padres, ya que, por distintas circunstancias, acabaron entregándolos a la Casa Cuna, aportan pistas de cómo operaron los agentes de este atropello a los derechos humanos y del niño. Un ejemplo es el de la también santacrucera Rosario Bonilla Valencia, su hermano Eladio y una tercera hermana. Rosario (nacida en 1963) relata a EL DÍA su dura vida desde que, tras nacer, la entregaran a la Casa Cuna. "A los 11, me regalan a una familia de mayores de Firgas (hay registro de la adopción en 1974), pero me cojo un trauma enorme y, al año, me entregan a otro matrimonio de Casablanca (Gran Canaria) que conocían lo que pasaba con la Casa Cuna". Para Rodríguez, esa es la clave, "ya que había familias conocedoras de las personas que desarrollaban esta macabra metodología". Al poco, "ese matrimonio -añade Rosario- me ve tan mal que el señor decide venirse conmigo a Santa Cruz y devolverme a la Casa Cuna. Luego, me trasladan a Alcalá de Henares (Madrid) a un reformatorio, con gente que se quitaba de la droga, y, a los 16, me obligan a casarme con una persona que acabó maltratándome, aunque le di 5 hijos". "Lo peor -según contextualiza Rodríguez- es que su hermano sigue un itinerario similar hacia el preventorio de La Esperanza, una familia de la Curva de Gracia, el Hogar Escuela y el reformatorio de San Miguel y, hoy, con 56 años, aún no sabe bien quién es". La historia afecta también a una tercera hermana, pero es aún más dura, ya que, gracias al programa televisivo "Quién sabe dónde", en 1996 hallan a su madre biológica, quien, tras hacer su vida en Sevilla, les revela que, en la Casa Cuna, le habían dicho que "los 3 habían muerto cuando quiso saber de nosotros. Unas semanas después, y con 63, murió; creo que del disgusto".

La hija mayor de María Dolores, como esperanza

Una de las esperanzas de María Dolores para encontrar a la que concibe, ya sin dudas, como hija robada en plena democracia no solo es su gran parecido al nacer (y no para de enseñar fotos suyas con edades diversas), sino que cuenta con otra hija (de 44), algo que, como ha pasado con otros casos, suele ser clave para resolverlos.