La pasada semana se conmemoró el trigésimo aniversario de la incorporación de la mujer a la Guardia Civil. Hasta ese momento, el Instituto Armado había contado con las llamadas "matronas", que colaboraban con los agentes de dicho cuerpo de seguridad, entre otras cosas, cuando había que "cachear" a otras féminas. En 1988, las mujeres podían ingresar, de pleno derecho, en la institución. Y se abría una nueva etapa. María José Hernández Fernández siempre quiso ser "policía", desde que era una niña. Estudiaba en el instituto de Ofra y vivía en Vistabella, por lo que la Comandancia Provincial le cogía "de paso". Un día de mayo de 1992, entró en dicho recinto y recogió una hoja informativa con los requisitos para presentarse a las pruebas de acceso. Así, mientras parte del país disfrutaba de la Expo92 y los Juegos Olímpicos de Barcelona, María José, con apenas 18 años, se preparó, hizo los exámenes y entró en la Guardia Civil el 14 de septiembre de ese año.

Hoy en día, es una de las más veteranas del cuerpo en la Isla que continúa en activo. María José desborda positividad y optimismo. Comenta que así ha llevado hasta ahora su actividad en la institución. Sus dos abuelos también formaron parte de la entidad creada por el duque de Ahumada. Reconoce que la incorporación "fue dura", ya que la Guardia Civil siempre "había sido un cuerpo militar y masculino". Recuerda que no había una legislación adecuada, además de que la normativa y muchas instalaciones no estaban preparadas para acoger a las agentes. Entre otras cosas, la vestimenta era con "cortes" de hombre. Opina que ese cambio "sobrepasó" a la superioridad, que tenía que enfrentarse a la nueva realidad. Pero aclara que, en aquel momento, "España no estaba preparada para muchas cosas en diferentes aspectos".

Hernández está convencida de que "hay que incentivar la incorporación de más mujeres a la Guardia Civil". Lamenta que haya una imagen negativa entre las jóvenes por el carácter militar del cuerpo. Pero a quienes piensan así, las anima a dar el paso y a comprobar que, una vez dentro, esa percepción de "extrema rigidez" no es real. Su mensaje sigue siendo claro: "animo a las mujeres a que se preparen y entren", "porque en los últimos 15 años la institución ha evolucionado mucho en derechos laborales, más que en otras administraciones". Y aclara que ese comentario lo puede hacer porque lleva 26 años de trayectoria. Recuerda con nitidez que, "al principio, trabajábamos 50 horas semanales" y el derecho a día libre "no estaba regulado". Ahora, si se exceptúan las características propias de cada especialidad, se hacen "unas 37 horas y media".

Frente a lo que ocurre ahora, explica que a mediados de los noventa, "como no había nada regulado, no se podía reivindicar".

María José está orgullosa de que su trabajo sea "vocacional" y anima a los jóvenes a que seleccionen su formación en base a lo que realmente les interese o apasione. Comenta que adaptarse a un entorno mayoritariamente masculino no fue especialmente "traumático", ya que, durante su adolescencia, ejerció en otro mundo eminentemente "de hombres", como era el arbitraje de fútbol. "Pitaba" en primera regional y, como juez de línea, llegó a ejercer en Segunda División B.

Su primer destino como agente estuvo en el aeropuerto Madrid-Barajas. Después trabajó en el cuartel de Vallehermoso, en La Gomera. Hace unos 18 años se incorporó al puesto de Santa Cruz de Tenerife y posteriormente obtuvo un destino en las labores burocráticas de la Zona de la Guardia Civil de Canarias, lo que le ha facilitado conciliar su vida profesional y familiar.

En 1992, muchas cosas eran diferentes, también en las comunicaciones. Entre septiembre de 1992 y junio del año siguiente, esta tinerfeña de padres peninsulares permaneció en la Academia de cabos y guardias civiles de Baeza.

Señala que para poder hablar con sus progenitores tenía que esperar dos o tres horas en una cola para usar una de las cabinas existentes. Los móviles llegarían varios años después. En aquella época, si no se avisaba previamente a los familiares, se podía correr el riesgo de que los padres o hermanos no estuvieran en casa, por lo que había que ponerse otra vez al final de la fila y esperar varias horas más. Esas esperas, que hoy pueden resultar inconcebibles, a María José le sirvieron para hacer amigas. Más de un cuarto de siglo después, tiene un grupo de whatsapp con compañeras de "camareta" (habitáculo en el que dormían las aspirantes en la Academia) y, en breve, nueve de ellas celebrarán un encuentro en una casa rural de la Península.

Hernández señala que el hecho de ser mujer y afrontar la maternidad con todas sus consecuencias todavía supone un obstáculo para el desarrollo profesional o la promoción de algunas agentes. Aclara que, por ejemplo, puede darse el caso de que, cuando ya se posee la suficiente antigüedad para acceder a especialidades dentro del Instituto Armado, entonces ya se tiene una familia y uno o varios hijos de los que ocuparse. E incorporarse a una especialidad requiere tiempo de formación en una academia de la Península, así como apartarse de esos seres queridos varios meses. Es decir, que para las agentes destinadas en el Archipiélago, la dificultad es todavía algo mayor. Sobre la igualdad y la conciliación familiar, asegura que aún "hay mucha teoría y poca práctica".

Uno de sus momentos más desagradables en el trabajo lo vivió en el atropello mortal de un niño de apenas tres años en el pueblo gomero de Vallehermoso. El menor se escapó de la mano de un abuelo, cruzó la calle corriendo y fue arrollado por una conductora novel. Pero, para ella, el balance de su profesión es muy positivo. Y trata de inculcar a su hijo que busque su vocación para guiar su futuro. Para terminar, sentencia que, "si se cree y se trabaja, se puede".

XXX Aniversario de la entrada de la mujer en la guardia civil