Los liberales sostienen que la deriva del Estado totalitario está rompiendo el contrato social para transformar a los ciudadanos en esclavos fiscales. El mundo entero está alarmado ante el resurgir de los populismos, que son a los fascismos como el relámpago que anuncia el trueno de la tormenta. Pero lo que realmente se está cargando la sociedad es la estupidez colectiva.

Un joven balear ha triunfado en las redes sociales y en los medios de comunicación, que cada vez se nutren en mayor medida de la verdulería escandalosa de internet, porque en medio de una visita de los reyes le ofreció a Felipe VI una escoba para que, en sus palabras, "se marcara un Nadal". Es decir, para que cogiera la escoba y se pusiera a limpiar los destrozos causados por las lluvias y el lodo en Mallorca. "No me ayuda en nada que me dé la mano", aseguró con aplastante lógica.

Siguiendo el razonamiento del joven protagonista de la noticia, el rey de España debería convertirse en un bombero que se pusiera en la primera línea de fuego contra los incendios forestales. Un submarinista que ayudara a buscar los cuerpos desaparecidos por una riada. Un piloto de salvamento marítimo que ayudara a rescatar a los náufragos a la deriva. Un eterno voluntario que fuera de suceso en suceso, para arremangarse los pantalones y colocarse al lado del pueblo.

Supongo que ese joven habrá adquirido una colección de escobas. Algunas para repartir entre la presidenta de Baleares, Francina Armengol, que estaba en un cóctel cuando cayó la del pulpo. Una para cada uno de los consejeros y altos cargos del Gobierno autonómico. Y otras varias para los parlamentarios, alcaldes, concejales, asesores y miembros de organismos e instituciones de las Islas. Se va a gastar una pasta en comprar escobas para los ochenta mil cargos públicos de las administraciones locales y los no sé cuántos mil más de las administraciones del Estado. Y Pedro Sánchez y sus ministros y ministras, sus secretarios y subsecretarios de Estado y sus directores generales acabarán también entre el ejército de voluntarios que, como el tenista Rafa Nadal, empujarán el barro, escoba en mano.

Como todo el mundo estará ocupado echando el barro de las casas de Sant Llorenç, la declaración de zona catastrófica no se podrá realizar, porque las instituciones estarán vacías. Y las ayudas económicas a las personas que han perdido sus bienes tendrán que esperar a que los cargos públicos dejen las escobas. Pero si ocurriese otra catástrofe en algún lugar de España, el circo tendría que trasladarse y volvería a empezar el interminable trabajo del voluntariado institucional en casos similares.

Lo insólito no es que la estupidez suceda, sino que haya sido promocionada a la categoría de noticia por un sistema que se alimenta con una dieta de anécdotas y frivolidades. Con ese régimen alimenticio no es extraño que en este país la opinión se haya convertido en una gigantesca deposición, con la consistencia y el color de ese barro tan poco real.