Estados Unidos vuelve a las urnas este martes, 6 de noviembre, para unas elecciones de mitad de mandato o ''midterms'' que llegan con una expectación inusitada. La primera gran votación desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en la cual se renovará toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, revelará la capacidad de reacción de un Partido Demócrata desnortado desde hace años.

La victoria de Trump hace dos años redibujó un escenario político donde ya pocos se atreven a dar nada por sentado. Los viejos parámetros no siempre sirven y un ejemplo de ello podrían ser las elecciones legislativas, que el presidente ha intentado llevar a su terreno para llamar a la movilización y consolidar su actual poder.

El Partido Republicano controla actualmente las dos cámaras, pero el Congreso número 116 de Estados Unidos no tiene por qué seguir la misma estela. De hecho, el escenario más probable con que trabajan los analistas es que la mayoría de los 435 escaños de la Cámara de Representantes caigan en manos de demócratas, lo que daría a estos margen de actuación para promover iniciativas legislativas y poner coto a Trump.

En el Senado, sin embargo, el Partido Demócrata lo tiene más complicado. De los 33 escaños en juego, 25 están en la actualidad en manos demócratas y diez de ellos corresponden a estados en los que el actual presidente se impuso en las elecciones de 2016, mientras que por parte republicana solo uno se dirime en un territorio donde venció la exsecretaria de Estado Hillary Clinton.

Fuentes de la Embajada de Estados Unidos en España han recordado que históricamente las ''midterm'' son unas elecciones con baja tasa de participación, que suele moverse en cifras inferiores al 40 por ciento, y en las que vota sobre todo gente que tiene especial interés en la política. No obstante, las primarias previas parecen haber movilizado a más gente: un 70 por ciento más en el lado demócrata y en torno a un 30 por ciento adicional en el bando republicano.

A FAVOR Y EN CONTRA DE TRUMP

Desde la Guerra Civil norteamericana, en 35 de los 38 comicios de medio mandato la peor parte se la ha llevado el partido que ostenta la Casa Blanca, por lo que un retroceso republicano entraría dentro de la lógica histórica y no tendría por qué verse como una derrota directa de Trump, especialmente si los demócratas no logran una victoria clara.

Las fuentes consultadas han apuntado también que la implicación del presidente no ha sido mayor que en otras citas similares, a pesar de que, como asegura la investigadora del Real Instituto Elcano Carlota G. Encina, ha hecho evidentes esfuerzos por "nacionalizar" una votación en la que también entran en juego otras consideraciones. Treinta y seis estados elegirán gobernador y 49 de las cien ciudades más pobladas celebrarán comicios locales.

A favor de Trump juegan una economía en alza --empañada por los vaivenes bursátiles-- y una base movilizada, si bien está por ver cómo se traducen en votos las distintas posiciones de partidos y candidatos en temas clave como la sanidad, la inmigración, la educación o las armas. También hay "un aumento de la emoción y la atención mediática", aunque no está claro de qué lado caerá, según las fuentes de la Embajada.

El presidente estadounidense tiene en su contra sus bajos niveles de popularidad y los de su Gobierno. Según Real Clear Politics, un 51,9 por ciento de los estadounidenses valora negativamente la gestión de la actual Administración, mientras que la aprobación de Trump ronda el 44 por ciento.

A juicio de Encina, estas elecciones representan para los ciudadanos la posibilidad de demostrar que "Estados Unidos es algo más que la Casa Blanca", algo que, según el también investigador Paul Isbell, se traducirá en un "mapa mixto" donde los dos grandes partidos se verán abocados a convivir, dentro del histórico contexto de ''check and balance'' (control y equilibrio) entre distintos poderes.

Isbell, que junto a Encina participó en un reciente foro de debate organizado por el Real Instituto Elcano, ha admitido que el Partido Demócrata está "mal posicionado en el tablero de ajedrez", entre otras razones porque ya ni siquiera tiene garantizado su tradicional caladero de votos. En este sentido, ha señalado que hay personas desempleadas que consideran "creíble" el mensaje económico de Trump.

EL DÍA DESPUÉS

Pase lo que pase, el 7 de noviembre Estados Unidos amanecerá con un escenario nuevo. Si se cumplen los pronósticos y el Partido Demócrata recupera la Cámara de Representantes, este órgano serviría como altavoz de iniciativas legislativas y escenario de una posible renovación de la formación que gobernó durante ocho años hasta la llegada de Donald Trump.

El Partido Demócrata, sin grandes figuras, se vería abocado a decidir a quién pone al frente de la Cámara Baja y, en última instancia, a elegir entre volver a situar como presidenta a Nancy Pelosi u optar por una renovación, tanto de cara como de edad, optando por un nuevo perfil. Eso es "política dentro de la política", ironizan las fuentes de la Embajada.

La sombra del ''impeachment'' o juicio político que sobrevuela Washington prácticamente desde el inicio del mandato de Trump también podría resurgir, si bien a estas alturas pocos ven probable que el Partido Demócrata se lance a una aventura de horizonte incierto que necesitaría para salir adelante del apoyo de dos tercios de los senadores y que, en el mejor de los casos, auparía a Mike Pence a la Presidencia.

"Sería echar más aceite al fuego desde todos los ámbitos", ha apuntado Isbell, en alusión a un debate que terminaría de polarizar no solo a la clase política, sino también a la ciudadanía. Para Trump, un hipotético ''impeachment'' daría alas a su encendido discurso contra los demócratas y sobre supuestas conspiraciones contra su figura.

Carlota G. Encina confía en que, con un Congreso parcialmente en manos demócratas, este órgano clave en la estructura institucional de Estados Unidos dé pie a otro enfoque legislativo y a nuevos mensajes en materia de política exterior. En cuanto a medidas concretas, la investigadora no descarta luchas simbólicas como un juicio político contra el juez del Tribunal Supremo Brett Kavanaugh, cuestionado por sospechas de abusos a mujeres.

PARTICIPAR NO SIEMPRE ES FÁCIL

La regulación electoral recae en manos de los estados, a los que corresponde desde diseñar las circunscripciones a establecer los requisitos para poder votar, marcando qué documento aceptan las autoridades para que un votante se identifique como tal. En Texas, por ejemplo, se puede votar con la licencia de armas pero no con el carné de estudiante.

Tres de cada diez personas consideran que las personas de menos ingresos tienen más complicado que el resto participar en este tipo de procesos, según un reciente sondeo del Pew Research Center. Un 27 por ciento piensa que el sistema perjudica a los hispanos, mientras que un 17 por ciento cree que la comunidad afroamericana sale perjudicada.

El "mito del fraude electoral" esgrimido por los republicanos --y por el propio Trump tras los comicios presidenciales-- y el miedo a una supuesta injerencia exterior amenazan también con afectar a la jornada, en la medida en que no todos creen que su voto vaya a ser tenido en cuenta o los resultados no vayan a ser manipulados.

Según la encuesta, un 55 por ciento de los estadounidenses consideran que el sistema electoral no es inmune a ciberataques y un 67 por ciento teme una interferencia de un país extranjero. Todo ello cuándo aún están por concluir las investigaciones sobre la supuesta injerencia rusa en las elecciones de 2016, descritas por Trump como una "caza de brujas".