El otro día, en la Feria Tricontinental, me encontré con un viejo amigo mío con el que estudié en el Seminario de La Laguna. Tanto en el Seminario viejo, al lado de la Iglesia de Santo Domingo, como en el nuevo, que está en la Verdellada.

Recordamos, con un café, todas las aventuras de esa maravillosa época vivida y también alguna travesura que hicimos en esa época. Y nos reímos mucho.

Los primeros cigarrillos que nos fumamos eran de la marca Récord, los de la cajetilla verde. Me recordó cuando me dio un gran ataque de tos y tuve que morderme la camisa porque don Fermín, que en paz descanse, estaba rezando el Rosario, dándole vueltas al drago centenario; y nosotros dos escondidos en la copa de este árbol lo veíamos con su sotana impoluta. "Todavía quedan tres misterios", me hablaba muy bajo mi amigo. Yo le decía: "y las letanías del Rosario. Así que de aquí hoy no nos bajamos ni a las siete de la tarde". Cuando don Fermín se iba, salíamos corriendo del drago y cada uno por su lado.

Fue don Carlos, un cura paisano mío, el que descubrió que fumaba, y eso que él fumaba puros. Una tarde, cuando estábamos estudiando "La guerra de las Galias" en latín, pasó al lado mío y me olió para dictaminar que estaba fumando. Por más que lo intenté negar, al final tuve que reconocer que lo hacía yo solo. Jamás delaté a mi amigo de Santa Úrsula. Mi amigo me reconoció que aguanté toda la penitencia solito.

Yo pensé que a don Carlos se le había olvidado, pero yo sabía que le mandaría una carta a mis padres a Vallehermoso. Así fue. La carta llegó en fechas navideñas y el castigo de mi padre fue el aprenderme la misiva de memoria. Han pasado los años, pero aún la recuerdo. Una frase de la carta decía literalmente lo siguiente: "Efraín es protestón, desobediente, y en este caso, la situación se vuelve muy complicada para él, para sus compañeros y para los que tenemos la ardua labor de educarlo". Me tuve que aprender la carta al pie de la letra.

La carta me daba un ultimátum: o cambiaba mi comportamiento, o no podría continuar el próximo curso. Creo que cambié algo, pero no del todo. Mis amigos del pueblo ya estaban en la Universidad Laboral y yo solía fugarme para ir a comer dulces, en una dulcería que estaba en una calle aledaña a la plaza del Cristo. Los laguneros saben de este establecimiento donde los dulces costaban diez pesetas.

Una vez, también me fugué para ir a ver el festival de Eurovisión. Acudí a la casa de una familia que había venido de La Gomera y que vivía en la Verdellada. El año, sinceramente, si mi memoria no me falla, era 1975, y representaban a España los cantantes Sergio y Estíbaliz. Al volver, recuerdo que mientras entraba, por una puerta que dejábamos media entornada y me dirigía al dormitorio, donde dormíamos varios seminaristas, escuché los pasos de don Carlos. Conocíamos a los sacerdotes del seminario por las pisadas en la madera. Me quedé paralizado. Pasó a mi lado y creo que, del respeto que nos imponía don Carlos, me volví invisible.

Los domingos íbamos a misa con sotana y roquete. Don Luis Franco Cascón, obispo de la Diócesis en esa época, me llamaba "el gomero revoltoso". Lo saludábamos porque de ahí corríamos para el coro a cantar el "Aleluya" de Hendel. En una ocasión, el coro de voces blancas del Seminario de La Laguna cantó en la Universidad y casi no podemos finalizar por la pitada ensordecedora del Aula Magna. Era el año 1974 y era normal que pitasen. Una de las canciones que interpretábamos a voces decía "el pequeño Lucas ama la bebida y una noche oscura regresando a casa dando un tropezón cayó". Era una ingenuidad de canción.

También el 2 de febrero íbamos a la misa en la Basílica de Candelaria. Quién me diría que años después vendría a vivir a mi pueblo de adopción. Ahí, los padres dominicos siempre nos agasajaban en el patio del viejo convento. Era una auténtica delicia, una excursión, un día de fiesta poder ir a respirar los aires de Candelaria.

Recuerdo el Seminario Menor con una felicidad inmensa. Mantengo amigos de esa época. Las redes sociales nos han acercado. De Barlovento, de Arguayo, de Santa Úrsula, de La Gomera, de Guía de Isora. Hoy son médicos, empresarios, algún artesano e incluso un diputado.

Aún recuerdo que me tocó en un examen de latín traducir el capítulo XXI de "La guerra de las Galias". El extracto decía, más o menos, lo siguiente:

"Sabiendo ese mismo día, por los batidores, que los enemigos/ habían hecho alto a la falda de un monte, distante ocho millas de su/ campo, destacó algunos a reconocer aquel sitio, y qué tal era la subida/ por la ladera del monte. Informáronle no ser agria. Con eso, sobre la/ medianoche ordenó al primer comandante Tito Labieno, que con dos/ legiones, y guiado de los prácticos en la senda, suba a la cima,/ comunicándole su designio. Pasadas tres horas, marcha él en/ seguimiento de los enemigos por la vereda misma que llevaban,/ precedido de la caballería, y destacando antes con los batidores a Publio/ Considio, tenido por muy experto en las artes de la guerra, como quien/ había servido en el ejército de Lucio Sila y después en el de Marco Craso".

Estudiando "La Guerra de las Galias", don Carlos se dio cuenta que yo fumaba. Al siguiente año ya me fui a Venezuela y cambié los cigarrillos Record verde por cigarrillos Belmont caja dura. Afortunadamente, ya hace cuatro años que no fumo.

*Vicepresidente y consejero de Desarrollo Económico del Cabildo de Tenerife