La Matanza de los Santos Inocentes, uno de los capítulos escalofriantes del Nuevo Testamento, fue puesta en cuestión por historiadores antiguos y contemporáneos que, en su mayoría, la interpretan como la adaptación interesada de un episodio del Éxodo cuanto, ante la multiplicación de los esclavos hebreos en Egipto, el faraón promulgó un edicto para dar la muerte a todos los varones al momento de hacer.

Si en ese pasaje de la vida de Moisés el miedo a una revuelta judía determinó el infanticidio, en el caso de Herodes fue el pavor ante la llegada del Mesías liberador, anunciada en los libros sagrados de Israel. El hecho lo relata el publicano Mateo y lo celebran los católicos el 28 de diciembre, los ortodoxos griegos un día antes, el 27, y los caldeos el 29, un día después.

Por la conmovedora humanización de la figura del Nazareno, por su pulso y calidad literaria, ningún autor arremete contra "Leví, hijo de Alfeo y recaudador de impuestos en Cafarnaún". Frente a la verdad histórica le concede el derecho de la compilación de tradiciones e, incluso, de la misma invención, reforzado por su condición de testigo privilegiado "y uno de los doce apóstoles", predicador en Tierra Santa, mártir en Hierápolis, sepultado en Salerno y santo para todas las confesiones cristianas. Escrito en arameo en la segunda mitad del siglo I, el propósito argumental y catequético fue demostrar que en el rabí de Nazareth, "muerto y resucitado", se cumplieron todas las profecías del Antiguo Testamento. La joven iglesia y las primeras generaciones cristianas lo adoptaron inmediatamente por su carga apologética y por la potencia de su escritura ponderada hasta nuestros días.

Dio verosimilitud a la famosa masacre, la figura de Herodes el Grande, cuyo gobierno mejoró materialmente el reino pero cuya maldad hizo estragos con la tribu de los asmodeos, enemigos políticos y su misma familia. Según la tradición conoció el nacimiento del Mesías por los Magos de Oriente y, ante el temor a perder el poder, ordenó la ejecución de todos los varones menores de dos años de la aldea de Belén. El publicano añadió carne y eficacia al mensaje con el protagonismo de la infancia maltratada, la inocencia asesinada que, hasta hoy, nos sobrecoge y nos hace desconfiar de la naturaleza humana, tan pertinaz en la crueldad.