Hubo un tiempo en el que la única opción de tener noticias fiables procedentes de Madrid, o sus alrededores, dependían de unos hombres de gris que formaban parte de la nómina de empleados de Correos. Las camisetas amarillas y los chalecos azules vinieron mucho después. Aquellos carteros eran unos auténticos linces: conocían a todo el vecindario y cuando una puerta no se abría, estos acababan rellenando unos recibos de color ocre (hoy son rosados) con los que avisaban de la llegada de una carta certificada, un paquete o incluso un giro postal que se abonaba en ventanilla. El teléfono era un artículo de lujo, o en su defecto, un servicio público que se ofertaba en el bar de la esquina, en la mercería de Chona o a través de aquellas cabinas de cristal en las que se quedó encerrado José Luis Ábalos, perdón, José Luis López Vázquez. ¡Eran otros tiempos!

Hoy todo se puede solucionar con un móvil, la firma electrónica es la puerta de acceso a un universo sin fronteras y las videoconferencias sirven para poner rostro a los protagonistas de negociaciones laberínticas. También está la posibilidad de salir "por patas" en dirección al aeropuerto y presentarse en la capital del reino en menos de tres horas. Por cierto, salvo que haya viento de cola, el trayecto a la inversa dura lo mismo. Palabrita del niño Jesús. Ante la falta de noticias de Madrid, yo recomendaría a Fernando Clavijo que mirara debajo del felpudo de Presidencia no vaya a ser que Pedro Sánchez sea un hombre "chapado" a la antigua.