Oyendo hablar a Pedro Sánchez y, más aún, viéndole actuar, ni existió nunca una crisis que nos tuvo colgando del precipicio ni hay en España problema alguno desde que llegó el. Según lo escuchado y lo que cada día nos ofrece, en estos siete meses hemos pasado del infierno al paraíso. Volando y solazándose en el Falcón. Como hace él. Sus palabras en Moncloa, en monologo sin réplica, fueron el mayor ejercicio no ya de triunfalismo, que también, sino de cinismo, mendacidad, amnesia, robo y egolatría.

Antes de Sánchez, de ÉL, nada se había hecho, nada sino el desastre y el mal. La terrible crisis, la angustia del paro, la agonía económica, la ruina galopante la ha resuelto en un pispás él. Porque ya lo dijo y repitió. ÉL ha hecho en siete meses todo lo que no hizo Rajoy en siete años. Fue el ejercicio más torticero de apropiación indebida que uno ha visto en la política y que ni siquiera en un país tan dado al olvido como España puede llegar a colar.

Porque aunque para algunas cosas nuestra sociedad tenga memoria de pez lo sufrido está reciente y las hechuras del señor este, más que invitar a la confianza, sugieren miedo a una recaída espectacular. Sánchez se apropió de todo, de haber conseguido enderezar el rumbo, de haber logrado dejar atrás aquellas terroríficas cifras del paro, hasta los seis millones se acuerdan, que dejó como herencia su correligionario ZP.

La obscenidad y el tomarnos por verdaderos cretinos a todos parecía ser el objetivo del discurso sin duda esmeradamente trabajado por su asesor áulico Ivan Redondo, cada vez más responsable de la deriva que nuestro país está sufriendo y a quien como tal un día habrá tal vez que exigir cuentas en su calidad de valido presidencial. Pues llegados ya hasta ahí, tras robarse hasta la salida de la crisis, todo lo demás era ya pan comido.

El jauja entonado después, de subidas, y promesas vino por añadidura. ¿Qué importaba que estuvieran pactadas y aprobadas en los Presupuestos a los que él se opuso? Lo que importa es apuntárselas y colgarse la medalla. Y borrar la memoria a la población. Todo va a ser jauja. Aunque en jauja solo vive él. El derroche personal, convirtiendo en Secreto de Estado hasta la boda de un cuñado para no hacer público lo que se pulen él y la zarina Begoña, es imagen de lo que entiende el presidente por dinero público.

Algo que sale de un pozo sin fondo y que puede gastar a manos llenas. Para darse la vida que siempre soñó y, para poder seguir haciéndolo, repartiendo sin control y endeudándonos como país cada vez más. El pensar que un día no se pueda pagar y de nuevo llega el hundimiento no va con él. Eso es baladí. Pero los indicadores cada vez alertan más de que sin querer darnos cuenta nos están metiendo de nuevo en el agujero. Aunque ya saben que luego ya tienen el operativo preparado.

El clamoreo contra las medidas para levantar lo que han hecho desplomarse otra vez. La sumisión, connivencia y traición de Sánchez ante los separatistas catalanes está dejando en la oscuridad este rumbo suicida, que tanto recuerda a aquel de Zapatero despilfarrando con jolgorio incluso cuando el lobo estaba ya en el aprisco, pero que puede ser mañana de nuevo el repetido motivo de angustia de los españoles. De una ciudadanía, además, amordazada e impotente porque el mentiroso okupador de Moncloa a lo que no está bajo ningún concepto dispuesto es darles voz. Se la hurtará cuanto pueda para seguir con Begoña y su perrita montándose en el Falcon.