Se fueron los Reyes, que nos dejaron regalos y un consumo disparatado. Menos mal que es una vez al año. Aunque ayer estaban ya los especialistas listos para las rebajas. Y en breve, los carnavales. Turrón por disfraz. Antes, más de uno va a tener que subir una cuesta de enero tan empinada que va a llegar con la cartera oliendo a tarjeta quemada. Siempre lo mismo.

Vi ayer esas cosas que hacen sonreír a uno, con esa sensación de que todavía vive en el ser humano cierta ternura. Vi a un tipo gastarse mil euros en una tienda para llevar regalos a un albergue. Las dependientas no se lo creían. Vi en la puerta de mi vecino la hierba para los camellos, los cuencos con agua y las banderitas con los nombres de sus majestades. A mí me emocionó. A Gabrielito, mi vecinito, de dos años, seguro que también. Antes, de niños, lo veíamos siempre.

Y por cierto, si van de rebajas, miren lo que hizo una persona el otro día en una tienda. Al dependiente ofrecerle la bolsa (pagándola claro?) le dijo que muy bien, que quería bolsa, pero que la quería blanca y sin la marca de la tienda. "¿Y eso?" le preguntó el dependiente. Respuesta: te pago la bolsa y encima hago publicidad a tu tienda. Lo que faltaba. Sí señor. Con toda la razón. A partir de ahora, si pago una bolsa, que sea blanca. El que quiera publicidad que la pague. Que de eso vivimos los medios.