La buena salud de la literatura marroquí la confirman las secciones culturales de la prensa diaria que se hacen eco de nuevas publicaciones de reputados autores. Ahora de dos títulos y dos autores: "El castigo" de Tahar Ben Jelloun y "Yo, bufón del rey" de Mahi Binebine. Leo que califican a Tahar Ben Jelloun de escritor franco marroquí. Todo lo que he leído de él es profundamente marroquí, no digamos sus ensayos sobre el islam, uno dirigido a su hija.

Ben Jelloun es otro premio Goncourt marroquí; Leyla Slimani también lo es. Quedar incorporado a la literatura francesa, a esa pléyade, no implica, ni mucho menos negación de la marroquí. Como tampoco les ocurre a Binebine y Abdellah Taia. Algunos círculos marroquíes también les acusan de "franceses". En francés es la expresión, el alma que late, como la rusa de Tolstoi, es sin duda marroquí. Si les leemos, traducidos, en español dejan de ser por completo franceses, no para ser entes sino marroquíes. No en balde su nacimiento y años de formación (la "bildung") fueron en Marruecos.

Es la coincidencia temática la que les hace comparecer aquí. La primera constitución marroquí de 1962 ya proscribía la existencia de un partido único, sancionando la pluralidad. No obstante, los años 60 y 70 fueron los años de plomo y cárceles secretas. Ben Jelloun, estudiante marxista, padeció esa represión brutal y también el hermano de Binebine, mientras el padre hacía de bufón. Nada similar a España entonces, que después quejica y solidariamente plañidera, quedó hipertrofiada de sedicentes antifranquistas (por casi inexistentes reales).

Estoy persuadido de que la ambivalencia o hibridismo cultural estimula la creatividad, un estado de identificaciones cruzadas y en conflicto acucian el genio literario. Siempre en la desavenencia, la inadaptación que antes fue política, en el sufrimiento y desgarro se amasa la literatura elevada.

Las futuras elites marroquíes tendrán más difícil conservar su tradición bilingüe. El afán identitario y monista es universal y la arabización domina los planes de estudios marroquíes. Se trata en esa línea de desarrollar el amazigh (todavía en manos de estudiosos), pero se amputa el diálogo espontáneo de civilizaciones. La herencia del colonialismo no ha sido justamente valorada a pesar de hechos concluyentes. Como son la intangibilidad de las fronteras coloniales que la OUA impuso y las lenguas nacionales, auténticas "linguas francas".

Ni Frantz Fanon, ni Leopold Senghor, ni Edward Said son profetas definitivos de los estudios coloniales. El colonialismo será vuelto a pensar y surgirán nuevos hechos, miradas y categorías.