El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica que suelen sufrir las víctimas de un secuestro o una retención ilegal a modo de complicidad con sus captores, principalmente, ante la ausencia de una violencia física, que no verbal. Que Pedro Sánchez es preso de las alianzas que se tramaron en las horas previas a la caída del presidente Rajoy es una obviedad tan grande como el color rojizo que desprende Marte. ¡Ese es el problema de los que pretenden escupir hacia arriba obviando que van a ser salpicados por su propia saliva!

Sánchez conocía la encrucijada independentista en la que se metía cuando aceptó el voto de los que alentaban el "procés". Tragó entonces con carros y carretas y, por lo tanto, hoy no valen sus inútiles actos de valentía. Vamos, que está en la onda que defienden los que optan por arrojarse a un río sabiendo que sus probabilidades de salir con vida son nulas. Salvando esas falsas heroicidades, el socialista solo tiene dos caminos posibles: o sigue contentando a los catalanes, que ya le reclaman gestos de mayor calado, o se tira al monte y convoca elecciones.

Mientras deshoja la margarita, lo que sí ha decidido es no venir a Canarias la semana que viene. Y eso que él, su familia y hasta su mascota no se lo pasan nada mal en La Mareta (Lanzarote). Lo que está ocurriendo suena a chantaje emocional. Coacciones que crecen en suelo catalán, enfados del Estado con las Islas y unos PGE que darán mucho que hablar.