«A ti, padre», artículo de Terry Gragera

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TÍTULO: «A TI, PADRE»

Terry Gragera

AUTORA: Terry Gragera.

PUBLICADO EN: https://www.alacontra.es

A ti, padre, que vociferas, increpas, gritas y abroncas en los partidos de tu hijo…. Él te ve, siempre está pendiente de ti. Nervioso, temiendo en cada jugada que vuelvas a hacerlo. Que te descontroles de nuevo, que sus compañeros lo vean, que su entrenador lo vea, que el resto de padres lo vea…

A ti, padre, que discutes cada una de las decisiones de los árbitros, como si tus ojos no fuesen dos y corrientes, sino infalibles ojos de halcón que todo lo perciben sin enmienda. El árbitro, ese chico que posiblemente no pase de los 25 años, podría ser también tu hijo. Y se equivoca, como lo haces tú, como lo hacemos todos. Si pudieras pararte a observarlo sin eso que tú llamas apasionamiento, pero que no es más que falta de autocontrol, te darías cuenta que yerra unas veces en contra del equipo de tu hijo y otras veces en contra del equipo rival. Los errores son así de caprichosos.

A ti, padre, que diriges las acciones de tu hijo desde la banda, como si fuera tu videojuego, como si pudieses manejar cada uno de sus pases, de sus botes de balón, como si se tratase de un muñeco sin iniciativa, sin decisión ni pasión en lo que hace.

A ti, padre, que te reencarnas cada fin se semana en Lopetegui, Del Bosque o Scariolo, recuerda que a los entrenadores les gusta hacer su trabajo. E, incluso, que sus pupilos puedan escucharlos entre la maraña de indicaciones, también contradictorias, que se dictan desde la grada.

A ti padre, que vives cada partido como la final de la Champions, como la ocasión decisiva para ganar el anillo de la NBA, no te engañes, tu hijo no será nunca Messi, ni Cristiano, ni Gasol. Seguramente, y aunque no lo creas, en muchos casos, por suerte. Para él y también para ti.

A ti, déjame pedirte algo…

Date las gracias porque tu hijo se entregue en cada encuentro y en el próximo, cierra la boca. Permítele disfrutar por fin. Sin miedo a tus sonrojantes reacciones, sin un ojo en la pista y otro en la grada. Hazlo por él. Por el resto de compañeros. Por el resto de padres. Que cunda el (buen) ejemplo.

No sigas escrutando cada una de las decisiones del árbitro. Tu niño ha de entender que la vida sucede así: con aciertos y con errores. Y que, a pesar de todo, hay que seguir. Sin culpar a los demás, sin responsabilizarlos de la derrota. Tomando las riendas del partido, que luego serán las de la vida.

Permite que sea el jugador, tu hijo o sus compañeros, los que piensen, valoren y decidan la jugada a seguir. No son marionetas, no les indiques lo que han de hacer y, mucho menos, te mofes si tropiezan por no escucharte. En cada una de sus determinaciones están avanzando frente al miedo al fracaso. Déjalos resolver. Ser autónomos. Arriesgarse. Lograrlo. Fallar.

Sé consciente de tu rol. No eres más que un acompañante. Ni juegas ni arbitras ni entrenas. Permite que sea el entrenador el que dirija el juego. Se ha formado para ello. Y tu hijo no puede respetarlo si tú no lo haces: dando instrucciones desde la banda, desacreditando su trabajo, elevando tu voz por encima de la suya. Dale el lugar que le corresponde, la autoridad que le estás arrebatando.

Deja de soñar a gritos, tu hijo posiblemente nunca llegue a estar entre los mejores. Entre el minúsculo grupo de sacrificados deportistas que alcanzan la élite. No lo mires como lo que no es. No proyectes en él lo que tú no fuiste.

Tu hijo es un niño y el deporte, una valiosísima oportunidad educativa para hacerse mejor persona. Permítele crecer.

No te interpongas.