El Real Madrid, campeón de la Copa del Rey de Vitoria

 

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Sergio Llull se gana la eternidad (97-95)

¡El Real Madrid es campeón! Los blancos suman su cuarta Copa del Rey consecutiva después de derrotar al Valencia Basket (97-95) con unos increíbles últimos minutos de Sergio Llull, MVP Movistar

Daniel Barranquero
@danibarranquero
ACB.COM

El Real Madrid, campeón de la Copa del Vitoria-Gasteiz 2017. Quien rompe un récord, se vuelve adicto a la historia. Quien gana un título, se convierte en adicto a la gloria. En el caso del Real Madrid, ambos conceptos van de la mano. Más aún tras la machada blanca al convertirse en el primer equipo en era ACB en conquistar 4 Copas del Rey de forma consecutiva.

Esta, conseguida en otro partido de videoteca y leyenda, de emociones y puntos, con el MVP Movistar Llull en trance y contra un rival tan, tan, tan grande que su título vale más. Porque el Valencia Basket bien pudo ser el campeón copero tras una exhibición de baloncesto y corazón en los 120 minutos que duró el torneo, llegando incluso a tener balón para cambiar por siempre su historia. Con 97-95 y 9 décimas por disputarse, Van Rossom no pudo escribir otro destino. La dinastía viste de blanco.

La fuente de Randolph

Un maldito día de marzo del 45, en la II Guerra Mundial, los aviones británicos taparon el cielo de Wurzburgo. Aquel día, las bombas se llevaron el alma de una ciudad que, pese a su lenta reconstrucción, se quedó sin su centro barroco. El tiempo y las nuevas generaciones esbozaron por fin una sonrisa en la ciudad, marcada por una tradición, la de la «Fuente de las cuatro bocas». En carnaval, las personas meten sus monederos vacíos en la fuente, convencidos de que su suerte cambiará. Allí, entre la tradición y el futuro, nació y tal Dirk, dispuesto a revolucionar la historia del baloncesto europeo. Allí, de forma más circunstancial que la de Nowitzki, nació el bebé Anthony, con padre y madre en la Armada estadounidense y nacido en la base americana de la ciudad.

Alguien, antes de volver a cruzar el charco, debió apretar con fuerza los bolsillos del pequeño, cuyo don hizo el resto. Su baloncesto, salvaje y dulce, como los que aman de verdad, le llevó a jugar en 5 posiciones diferentes en el instituto, a enamorar en la universidad y a un más que respetable puesto 14 del draft de la NBA, donde sus destellos pecaron de inconstancia. Él sería el gran protagonista de la primera parte de toda una final copera, si bien el Valencia Basket golpeó primero, con Dubljevic desencadenado (6-9, m.5). Otra vez.

Cuando le llegó el segundo balón -el primero lo había metido-, Randolph lanzó el triple sin inmutarse, con una parsimonia y frialdad de esas a las que se les llama indolencia en el fallo y seguridad en el acierto. A la siguiente jugada repitió. El mismo gesto, el mismo movimiento de muñeca, la misma celebración ausente. Seis puntos consecutivos y un escenario nuevo tras el posterior mate de Taylor (16-13, m.8)

El Real Madrid, mucho más concentrado, se disparó en el luminoso al contener a Dubljevic y voló más que nunca cuando Doncic apareció de la nada para convertir un rebote en ataque en uno de los mates de la Copa del Rey. A continuación, el mismísimo Randolph completó su excelente puesta en escena con otro acierto a pase del genio Doncic (22-16) para cerrar el acto inicial. No iba a parar ahí.

El sueño del 98

El americano de Wurzburgo, casi perfecto, abría el periodo machando, antes de un intercambio de triples en el que salió beneficiado el Real Madrid. Normal, tenían a Carroll (32-24, m.13). Jaycee, muy cómodo en ataque, ejercía el factor diferencial en el primer baile de hombres del banquillo.

Su Real Madrid, con 60 puntos de media de los suplentes en los anteriores choques, eclipsaba los buenos minutos de Sastre a base de canastas de tres puntos. La de Llull, para poner la máxima (40-30) en el ecuador del segundo cuarto, en el que ya habían participado todos y cada uno de los 24 jugadores disponibles para el partido.

Rafa Martínez encadenaba 5 puntos consecutivos y a pesar de que Randolph seguía picando de un lado y otro, haciendo un daño enorme (21 de valoración en la primera mitad), el equipo valenciano, hizo un esfuerzo más para pisar los talones de su rival al descanso (47-45), tras triple de Van Rossom y palmeo in extremis de San Emeterio. El sueño del 98, el hambre de 19 años, el orgullo de una ciudad. Solo un Real Madrid muy grande podría tumbar a algo que pesaba tanto.

Monumento a la igualdad

El aviso inicial taronja, la amenaza seria madridista. Dos intentos fallidos de romper y un partido igualado hasta el final, de esos que, vistos con bufanda duelen y, vistos sin ellas, merecerían ser eternos. Un combate inmortal más propio de ring. Gancho de Dubljevic, uppercut de Ayón. Triple de San Emeterio, respuesta de Taylor. Hasta Reyes, ida y vuelta el mismo día a Madrid para abrazar a su recién nacido, anotaba para igualar los 6 títulos de Navarro (57-54, m.24).

Anquetil y Poulidor, en mitad de la subida, casi en paralelo, mirándose, sin dejarse el uno al otro, ‘odiándose’ y necesitándose. Conscientes ambos de que el triunfo sería al sprint. El partido latía con Sastre, el partido temblaba con Ayón, el partido se estremecía con cada ventaja de un punto del Real Madrid, con cada arrebato blanco, con cada respuesta taronja (65-64, m.28).

Will Thomas hacía explosionar la grada taronja cuando, por fin, logró poner tablas en el luminoso. “Pues ahora te endoso otro triple”, pensó Carroll. Y lo hizo, antes de que Dubljevic empatara con canasta y adicional (71-71, m.34) para que unos y otros se echaran las manos a la cabeza por el espectáculo. Quizá, tal monumento a la igualdad mereciera ese resultado antes del acto final, pero en el Real Madrid estaba un tal Sergio Llull pidiera la bola para decirle a todo el mundo que el título lo iba a teñir de blanco un año más. Un bote, dos, balón entre las piernas, amague, cambio de velocidad, engaño al defensor, salto vertical y una red que ya sabe que será besada. Y jamás apartará la cara.

El Llull de siempre

El triple final de Llull no cambió nada en ese baloncesto total que tenía genes de boxeo, de ciclismo, de balonmano y hasta de la misma vida. Y, ni siquiera cuando Carroll quiso terminar por siempre tanta emoción, tanta agonía (82-76, m.33), el Valencia Basket se rindió. No podía. No sabía.

Oriola moría por un rebote ofensivo transformado en canasta y Van Rossom volvía a abrir la veda del “-1” con su triple. Ni Doncic y sus tiros libres. Ni Randolph y su liderazgo. Sastre se echaba a su equipo a la espalda con uno de los minutos más mágicos de su carrera. Después del mate, logró taponar el triple de Carroll, salvar el balón de forma heroica y propiciar en un contraataque que culminaría Sikma en mate (87-85, m.37).

Dubljevic era Rodilla, Oriola era Swinson, San Emeterio parecía Luengo, Sastre se vestía de Maluenda. El espíritu del 98 crecía y crecía y solo el mejor Llull, ese de las tres letras, ese al que se le cambia la cara, la mirada y el gesto, pudo vencerles. El madridista entraba en la fase del trance, esa que activa sin dificultad cuando el abismo asoma. Esa que le hace anotar en una misma jugada un triple, robar y volver a encestar para dinamitar el partido. Un grito, dos, hasta quedarse sin voz. El Pau de Lille. El Llull de siempre.

Al “23” blanco aún le quedó inspiración para anotar un triple que olía directamente a ceremonia y cava (95-87), mas el Valencia Basket decidió matar o morir, consciente de que en ambos casos acabaría de pie. Sikma y San Emeterio marcaron en rojo el sendero antes de una falta a Dubljevic que todo el equipo valenciano reclamó como antideportiva. El imperial Bojan (28 pt, 31 val) anotó solo un tiro libre, mas el cuadro taronja se las ingenió para llegar respirando a 4 segundos para el final, tras triple de San Emeterio. Randolph, con 97-95 en el marcador, sacó lo más lejos posible para que el tiempo agonizara, pero Sastre interceptó el balón y, tras la señalización en primera instancia de tiempo muerto, el balón fue para el Valencia Basket, con 9 décimas para cambiar su historia y la de la propia Copa.

El elegido fue Van Rossom, uno de los que mejor conocen el crecimiento del club en estos últimos años. Él pudo parar el tiempo y llevarlo a Valladolid 1998. Él pudo declarar para siempre el 19 de febrero el día de la alegría a las orillas del Turia. Él pudo ser libro, él pudo ser calle, él pudo ser recuerdo. Él pudo tantas cosas… que lo que no pudo fue tirar, para alegría de un Real Madrid que se vestía de dinastía. Otra vez.

Cuatro Copas seguidas, cuatro. Cinco de seis desde que en Barcelona 2012 se atrevieran a cambiar la palabra maldición por tradición. Campeón tras llenar de puntos, de emoción y agonía todo el torneo. Campeón tras sobrevivir al alambre, campeón tras creer en Llull, MVP Movistar de la Copa e ídolo eterno de un club que nunca puso fáciles las condiciones para ser ídolo. El Real Madrid, campeón de Copa.