UNA VEZ más, la Morenita, la que extiende su manto desde la cumbre hasta la arena, congregó en Candelaria a unas viente mil personas. La Villa mariana se puso su mejor traje isleño y vivió el fervor y el cariño que la gente profesa a su Virgen, Patrona del Archipiélago Canario.

Testimonios gráficos del entusiasmo de los peregrinos han corrido por los medios de comunicación. Parece mentira que desde otras orillas también hayan querido hurtar a la Candelaria su condición de Patrona de las Islas Canarias, en esa especie de afán por robar a Tenerife sus señas de identidad, que en el caso que nos ocupa pertenecen a todo el Archipiélago.

Esta vez, la televisión no se equivocó y dejó bien claro en todas las conexiones -al menos en las que yo vi y escuché- que la Candelaria es la imagen más venerada, más querida y más visitada de las Islas, en su condición de Patrona de las siete Islas Canarias.

Por otra parte, la fiesta del 15 de agosto dejó como siempre manifestaciones espontáneas de lo canario, de lo nuestro. Desde las competiciones deportivas relativas a deportes y juegos vernáculos, a los ventorrillos, turroneras y timbirichis que proliferan en nuestras islas en todas las fiestas patronales del verano, que son tantas y tan animadas.

Candelaria, foco del fervor mariano, sede de la basílica en la que está sepultado el más querido de nuestros obispos, el inolvidable don Domingo Pérez Cáceres, fue un hervidero, como cada agosto. El alcalde, José Gumersindo García, representó al rey en los festejos y dirigió personalmente toda esa manifestación de canariedad que tiene como escenario la Villa Mariana. Los enfermos y sus familiares se postraron ante la Virgen milagrosa para elevar sus oraciones. Y los sanos compusieron alegres manifestaciones de folclore. Todo funcionó a la perfección, mientras miles de peregrinos llegaban, a pie, a Candelaria, cumpliendo con la tradición.

En un año en que la Morenita se volvió a convertir en viajera, sin ella Candelaria parecía huérfana, triste. Con ella en su trono, la Villa cambió de aspecto y se volvió a considerar ese pueblo hospitalario que recibe al peregrino con los brazos abiertos. Todo torna a su sitio, pero es bueno que la Virgen viaje, de vez en cuando, por los pueblos de la isla.

Como cada año, el obispo nivariense, monseñor Bernardo Álvarez, y el rector de la basílica de Candelaria, el infatigable prior dominico Jesús Mendoza, pusieron todas sus fuerzas al servicio de la celebración religiosa. Y consiguieron el éxito esperado. Ojalá que la Virgen nos ayude en unas épocas en las que la gente sonríe menos porque desde algunas instancias lo hacen tan mal que han convertido al nuestro en un país entristecido. Y pobre.