EL OTRO DÍA, en el estadio Rodríguez López, los aficionados al C.D. Tenerife tenían el corazón partido. La apretura de la Liga, por la cabeza y la rivalidad del Barsa con el Real Madrid hicieron que miles de aficionados desearan ardientemente que ganara el Barcelona. El mismo Messi, al término del partido, agradeció a la afición el comportamiento para con su equipo.

Sentimos no poca desilusión. Los aficionados del C.D. Tenerife deben desear, por encima de todo, el triunfo de su equipo. Un equipo que lo está pasando mal, que ha encajado cerca de 40 goles y que sabe que si no rectifica drásticamente su rumbo acabará en Segunda División.

Cualquier club de Primera División constituye, per se, un fenómeno social. Son muy difíciles las aventuras futbolísticas en la llamada Liga de las Estrellas. No sin esfuerzo, el C.D. Tenerife conquistó la Primera División. Pero sus dirigentes creyeron que con jugadores de Segunda podrían hacer un digno papel en Primera. Craso error. La División de Honor es otra cosa distinta: ni se puede ganar sin delanteros, ni se puede mantener la portería propia sin goles con una defensa mediocre. Así que o se refuerzan o adiós.

A los aficionados hay que pedirles más pasión. Parecían culés. Incluso una entrada de Kome a un jugador catalán fue abucheada por un amplio sector del público. ¿Pero qué nos pasa? ¿Dónde está nuestro sentimiento de canariedad? ¿Es que hemos vendido los sentimientos al Barcelona? ¿No les da vergüenza?

Para no descender, el C.D. Tenerife necesita como nunca de su público. Un público que debe estar siempre con el equipo, aunque juegue contra el Real Madrid o contra el Barcelona. Las traiciones futbolísticas las detestamos, la renuncia al tinerfeñismo también. Es preciso estar con el equipo, arroparlo y jalearlo hasta las últimas consecuencias.

Evidentemente, existen dos ligas: la que disputan el Madrid y el Barsa y la que se juega más abajo. Si queremos mantener las ilusiones, deberíamos empezar por ilusionarnos nosotros mismos. Y la mejor manera de hacerlo no es sufriendo por el equipo contrario sino jaleando al nuestro, que es tan digno o más que cualquiera. No se debe ceder ni un punto más en el estadio. No hay que dar tregua a los rivales; no hay que pasarse al adversario. Si un club de fútbol es un sentimiento, si ha costado tanto estar ahí, ¿a qué esperan para volcarse con el equipo hasta la extenuación, para dejar bien claro dónde anidan los sentimientos de los patriotas?

Porque también con el fútbol se hace patria y al Tenerife le hacía falta ganarle al Barcelona el pasado domingo. Aunque con ese público hubiera sido muy difícil. No puso ni calor ni color, dos elementos que en el balompié nunca deben faltar.