LA LLUVIA que ha caído en los días pasados sobre las Islas puede catalogarse de tan benéfica como la del refrán, como una bendición, como una bienvenida "agua de mayo". Las cosechas de la papa y de la uva se verán favorecidas por estos serenos diluvios, en un año difícil para la economía. De una manera especial para la economía agraria, azotada por la falta de mercados y por la incomprensión de los gobiernos para conseguirlos; y con la absurda actitud de no gravar las frutas competidoras que llegan a España procedentes de otros países.

La agricultura sigue siendo la hermana pobre de los sectores productivos canarios, cuando en otro tiempo estas fueron unas islas autosuficientes en lo agrícola, sector que perdió competitividad con el crecimiento desorbitado del sector servicios.

En los tiempos que corren no sería ocioso volverse a ocupar del sector agrario, tanto desde los estamentos oficiales como desde las instituciones financieras, especialmente las cajas de ahorros y rurales. Ellas son las que tienen las claves de una ayuda inversora necesaria. Porque el dinero que se recibe de Europa, que es bienvenido, tampoco se considera suficiente. Los agricultores se están dejando la piel en el agro canario, en tantas ocasiones con la incomprensión como premio.

Lo más encomiable del agricultor canario es la dedicación a su trabajo, que le viene de herencia. La despensa insular siempre funcionó y hemos sabido ser competitivos en tantas cosas. Los tiempos que corren, el cambio de los modelos económicos y las penurias que puede pasar nuestra tierra con un paro astronómico y las instituciones funcionando mal, duplicadas y hasta triplicadas, con competencias más que repetidas, están demandando la reforma del sector agrícola. Cuanto antes. Repartir mejor las subvenciones europeas y reconquistar mercados para el plátano, para el vino, para el tomate y para otros productos en los que somos tradicionalmente especialistas.

La lluvia de estos días pasados nos da pie, nos sirve de excusa, para hablar del campo canario, tan necesitado de auxilio. Se ha hecho mucho por la agricultura y por la ganadería insulares, pero no es suficiente. No podemos olvidar a los hombres y a las mujeres que se han dejado la salud cultivando la tierra o cuidando de una cabaña insular escasa y difícil de mantener. Es preciso tenerlos en la memoria y valorar los años y años de esfuerzos de tantas generaciones de canarios.

Porque estamos demasiado acostumbrados a la adoración del becerro de oro del turismo y de los servicios, sin acordarnos de que el campo también existe.