SI ALGUNA noticia hay que la peor de las noticias, el nivel abracadabrante del paro, el gran fracaso colectivo en la garantía del derecho constitucional al trabajo, es el grado superlativo del fracaso escolar en Canarias: nuestra auténtica asignatura pendiente de los últimos treinta años.

Los dos grandes problemas se hibridan en Canarias hasta el punto de estrangular como ningún otro nuestro futuro, como se deduce claramente del cuadro adjunto: la comparación del paro juvenil en Canarias, España y la UE, con sus respectivos niveles de jóvenes que no han cursado el Bachillerato ni la FP. Y eso que estamos fijándonos en un fracaso menor, el de los que nos prosperan hacia una mínima preparación profesional. En el nivel de la ESO, los datos pueden ser más negativos.

Y lo peor de estas desazonadoras evidencias es que ni son producto de una sola causa (identificable y fácilmente corregible) ni se podrán resolver durante años y años. Porque no hay varitas mágicas en la aventura humana de modelar las mentes y sus capacidades.

Nivelar las columnas de ese cuadro es el mayor reto al que se enfrenta Canarias en el siglo XXI. Porque costará décadas. Y es inabordable desde una sola de las instancias en juego: Gobierno, sindicatos, patronales, asociaciones de padres, ONG y cuantas entidades representan a la sociedad civil.

Para que esas sinergias múltiples surjan debemos estar todos convencidos de que el nudo gordiano que conforman el paro y el fracaso escolar es la principal amenaza no ya de nuestro futuro, sino de nuestro presente. Porque , tímidamente, los indicadores empiezan a arrojar otras cifras que agravan el problema: la emigración de los jóvenes más formados ante las nulas expectativas laborales. Se acabó el sector público como el nido acogedor y mejor retribuido para los más capaces. Y el sector privado arrastra una depresión de caballo y sigue ofreciendo salarios inferiores a la media nacional.

Todos los pactos educativos de la etapa democrática, en España y en Canarias, no han logrado la equiparación con Europa, lograda en tantos y tantos campos. Porque han sido demasiado complejos y ambiciosos; o han estado vinculados muchas veces a batallas sindicales, mucho más atentas a la cantidad salarial que a la calidad educativa. Con las patronales la cosa no ha sido mejor: han encontrado en el mundo educativo una oportunidad para financiarse, a través de cursos y academias, porque las ventajas que podrían obtener a corto plazo en el tejido productivo eran nulas. Y todo el mundo anda hoy más pendiente de los resultados inmediatos (también en el terreno electoral) que en las transformaciones a medio y largo plazo.

Por eso es difícil confiar en los macropactos, como el que ahora se ensaya de nuevo a nivel estatal, por mucho que resulten necesarios; o en el que se fraguó en Canarias hace solo unos años, carente de desarrollo posterior, en buena medida porque el recién nacido se envenenó pronto por las guerras sindicales y por lo males que caracterizan a todo monopolio de facto, que pueden ser mortales cuando además el monopolio es público. No es ajena a nuestras penurias el hecho de que la enseñanza privada en Canarias sea casi residual, después de décadas de demonización absoluta de la iniciativa privada, muy pujante en las regiones con menor fracaso escolar.

La activación de pactos parciales con el mundo del trabajo (empresas) y de la familia (padres) se hace esencial para estimular el éxito escolar. Han sido los dos grandes ausentes. Y si algo tienen claro los pedagogos desde hace tiempo es que el fracaso escolar está tanto o más vinculado al entorno familiar de los chicos y el laboral de sus padres que a la propia realidad de los colegios. Ni es fácil ni será rápido; pero es mucho más importante que la reforma del REF o que las decenas de planes de empleo que aspiran más a camuflar estadísticamente el problema que a revitalizar sus raíces.

Paro y fracaso escolar se retroalimentan. Y las soluciones urgentes contra el desempleo, a base de euros y más euros, se seguirán volatilizando en el vacio si no tenemos en cuenta el caldo de cultivo en el que se produce. Y si más allá de las miles de quejas y lamentos de las ultimas décadas no somos capaces de atacar el fondo del problema con medidas y actitudes que no solo tengan que traducirse en más recursos económicos, escasos por demás en los años que vienen.

daniel.cerdan@gmail.com