QUIEN realmente ha ganado el Campeonato Mundial de Fútbol ha sido la televisión. Las imágenes de las cámaras superlentas y, sobre todo, las obtenidas con las cámaras de visión cenital -de arriba a abajo- son espectaculares. Ha sido la demostración más palmaria de que la televisión genera una perfecta visión de lo que ocurre a nuestro alrededor. Una visión objetiva que no le es dada al hombre, todo subjetividad.

Hasta el punto de que la FIFA decidió prohibir las jugadas repetidas en los videomarcadores, dada la facilidad -y la crueldad- de las cámaras para demostrar la imperfección de los ojos del hombre; de ahí los errores arbitrales, que no son muchos, pero que existen. Y graves.

Este ha sido el Mundial de la televisión. La televisión es la reina en el mundo del fútbol; ya no se conciben la una sin el otro. La televisión costea al fútbol y el fútbol le da a la televisión el espectáculo. Así que son tal para cual. En Sudáfrica se han confirmado esos lazos y se ha demostrado la pujanza y el valor de la industria televisiva, con anuncios pagados muy caros, personajes creados por la pequeña pantalla, deportistas elevados a la categoría de ídolos; y haciendo vibrar, en cientos de países, a millones y millones de espectadores que no estaban en Sudáfrica, pero que se sentían allí, junto a sus equipos respectivos.

La FIFA de Josef Blatter ha manejado muy bien las cámaras; ha hecho con ellas encajes de bolillos porque monopolizó también la realización de los partidos, unificó los criterios y dispuso muy bien la televisión para que llegara a todos los rincones del universo. Así se hace deporte, se lucha contra el racismo y se enseña un país a todo el mundo. Sudáfrica, la de Nelson Mandela, la de Desmond Tutu, la del apartheid, la de los héroes de Soweto y la del Mundial contra el racismo, que ha sido un éxito de público y de promoción de África. Bien por la FIFA y por su organización.

Y la televisión se ha encargado de divulgar el agradable afán de un país que se ha volcado con los visitantes, que los ha mimado. Todos vienen hablando maravillas de Johanesburgo, una ciudad preciosa que ha construido un increíble estadio a la orilla del mar para albergar los principales encuentros del Campeonato Mundial de Fútbol; y de Sudáfrica en general, que ha reforzado o creado otros campos igualmente extraordinarios y ha cautivado a millones de visitantes.

Al margen de los resultados, o con ellos, Sudáfrica ha sido un milagro. Un milagro que debemos compartir, gracias a la televisión.