UNA CIUDAD turística como el Puerto de la Cruz debería tener una Policía Local amable, servicial, que no supeditara su existencia a mirarte con mala leche cuando aparcas en doble fila o a mandarte el multazo a las primeras de cambio, sin advertirte amablemente antes.

Una ciudad turística que se precie debería contar con gendarmes serviciales, que hablaran idiomas, que orientaran al ciudadano y no andaran a su caza y captura, para sancionarlo a las primeras de cambio -eso sí, legalmente, faltaría menos-, como si todos fuéramos grandes infractores. Quiero decir que no se puede llevar la severidad a límites que rayen en la mala educación, ni tampoco que sus agentes se creat Elliot Ness. Ness ya se murió hace tiempo y los guardias son los guardias y uno echa de menos aquellos guindillas de la esquina que te saludaban al pasar, con mucha educación, y a los que se respetaba un montón porque el ciudadano sabía que no actuarían sino cuando tenían que actuar; y que bastaba un gesto para que retiraras el coche mal aparcado; y la multa era el último recurso, un recurso extremo.

Antañazo, cuando uno aparcaba en la calle del Castillo y sabía que lo iban a multar, dejaba las quince pesetas en el parabrisas del coche; llegaba el agente, extendía la boleta, cogía el dinero y te dejaba el recibo. Eso hoy es impensable, entre otras cosas porque antes que el guardia llega el caco y te birla los 90 euros del ala y te arruina.

Uno echa de menos una policía de lugar turístico. Los guardias no son Bruce Lee, sino guardias. Con tanta academia de policía y tanta estupidez han creado una casta de señoritos y señoritas que te recitan de memoria (muchos de ellos sin entenderlo) el Código de la Circulación y te sancionan sin piedad. Te tienes que callar para evitar males mayores, porque ellos tienen eso que llaman presunción legal de certeza; es decir, que su palabra, en el ejercicio de sus funciones, vale más que la tuya. Y a joderse tocan.

Más que a una academia, y con sus excepciones muy honrosas, los números de la Policía Local portuense deberían asistir a una escuela de buenas formas, de amabilidad y de comprensión. Y más en una época en la que los ciudadanos andan muy nerviosos y cabreados porque no pueden pagar la hipoteca.

El Puerto, que es una ciudad en la que aparcar no es posible, debería también poner algo de su parte y el Ayuntamiento cobrar las multas a diez euros, en vez de a noventa. Y así no habría tanta presión de la poli. Por cierto, en el Puerto de la Cruz hay más aparcamientos para inválidos por metro cuadrado que en Suecia. Y la carga y descarga, que en cualquier lugar normal se suspende a mediodía, aquí dura hasta las ocho de la noche, sin pausa para comer. A esto, don Brito, se llama llevar las cosas a los extremos. ¡Qué barbaridad!