Y ahora quieren los sindicatos, con el entusiasta aplauso de Rubalcaba, echarse a la calle el 11 M., la fecha del gran atentado de Madrid que entristeció al mundo. Ni siquiera respetan el dolor de los familiares de las víctimas mortales, ni siquiera son capaces de entenderlas y de reservarles ese día para que lloren a sus muertos. Están locos. No soportan que haya ganado la derecha y quieren derribarla a golpe de calle. Y tampoco son conscientes de que la turbamulta se les puede revirar en cualquier momento. ¿Se imaginan una manifestación en Nueva York en el aniversario del 11 S., ajena a esta triste conmemoración? Los corren a gorrazos.

La izquierda de este país está sacando el rejo. ¿Pero quiénes son sus adalides? ¿Los comedores de jamón serrano pata negra, Toxo y Méndez, y el taimado Rubalcaba, frotándose las manitas mientras los demás le hacen el trabajo sucio? ¿Ésa es la izquierda española? Pues échale millo.

Los valores de la tolerancia y del respeto han quedado pulverizados por quienes no saben perder. Los sindicatos han perdido sus prebendas; gozaban de la herencia franquista, que un Estado moderno no puede tolerar. Y el otro, el escurrido y escurridizo Fredy el Químico, sabe que lidera un partido en subasta, que no da una, dividido y afrentado, que tampoco sabe perder. Y acude a la calle para zarandear los recuerdos de los tiempos pasados y para molestar a los que ahora están arriba porque los ciudadanos españoles lo han querido así.

Nadie como ellos ha resucitado el viejo y nefando espíritu de las dos Españas, desenterrando muertos en colaboración con un juez estrella, que resultó estrellado. Nadie como ellos ha prendido la mecha del odio cuando resulta que este tema -el del odio de la guerra civil- había sido sepultado por el espíritu de la Transición. ¿A qué vienen estas guerras callejeras y estas algaradas, en vez de arrimar el hombro para sacar adelante un país en la ruina absoluta? Pónganse a trabajar y tengan vergüenza; y no estén arengando a los parados y a los que no llegan a fin de mes con más promesas falsas y con más mentiras. Recuperen la decencia y alinéense con el sentido común.

Y a los líderes sindicalistas recordarles que ya han vivido demasiado tiempo del cuento. A uno -a Méndez- ya no se le entiende porque cuando habla no quiere abrir la boca para que no se le escapen los trozos de serrano. Y a Toxo, lo mismo. Vuelvan a la decencia, señores, que aquí nos conocemos todos.