FUE una pena que aquellos padres de la patria, los de la bendita Transición, no repararan en gastos. Porque, oh puerco destino, resulta que Canarias tenía una maravillosa autonomía, antes de la autonomía: la de los cabildos. Si se hubiera respetado la estructura de la administración insular, con la Mancomunidad como Gobierno de Canarias, otro gallo nos hubiera cantado.

Qué oportunidad de oro dejamos escapar para no duplicar servicios funcionarios, pegas, trámites, gastos, costos, molestias, cabreos. Teníamos, señoras y señores, la autonomía de los cabildos. Estamos de acuerdo con Cristina Tavío, en declaraciones a este periódico, en que la autonomía de don Paulino Rivero y de sus satélites toca a su fin. Y que se abre, se tiene que abrir, una etapa de austeridad máxima. ¿Y quiénes mejor que los cabildos para administrar los exiguos recursos de nuestras islas?

Los organismos insulares son instituciones en las que la gente cree. El Gobierno autónomo, no. Lo han desprestigiado. Es un organismo muerto, lo mismo que el Parlamento, que sobra. Que legislen los propios cabildos. Y que sea la Mancomunidad quien gobierne. Sería espléndido. Y no estamos de acuerdo con quienes han tacha- do de disparatadas y apresuradas las propuestas de Tavío.

Estamos hartos de ir al ralentí. Tenemos que marchar deprisa. Y hasta que llegue lo que tiene que llegar, que llegará, los cabildos están ahí. Y quién sabe si después también. Estas islas necesitan un revulsivo administrativo que acabe con la maraña legislativa que ha creado un Parlamento que tiene que justificar los sueldos de sus diputados.

Es preciso librar a este archipiélago de tanta norma absurda, torpe, contradictoria; y de tantas administraciones que se entorpecen unas a otras; y de tanta burocracia que desanima al ciudadano y ahuyenta al inversor. Y de tanta pega funcionarial que acaba por alterarnos los nervios; y que nos provoca cagarnos en la madre que parió al que está tras la ventanilla.

La autonomía de los cabildos, qué bonito, qué romántico, qué irresistible para el canario. La teníamos, hombre, y se nos fue, en la bendita Transición, que vio en la administración complicada y nueva y absurda una vía de escape a la historia. Cuando es la historia la que enseña, la que vale, la que pesa, la que crea tradición y respeto.

Somos cabildistas, sobre todo viendo lo que hizo después esta panda de inútiles que ahora nos gobierna, con pulso y sin púa, sin ritmo y hasta sin bandurria.