EN LOS ÚLTIMOS días, con la subida de la Bolsa y la rebaja en la prima de riesgo se ha soltado un poco la tensa cuerda que ataba fuertemente a la economía española. Bastaron dos frases del responsable del Banco Central Europeo para que eso que llaman los mercados aflojaran. Demostración palpable de que la economía está en manos de cuatro o cinco: de los dirigentes de los dos grandes bancos centrales, del Fondo Monetario, de un grupo de inversores americanos y asiáticos y de quienes dirigen la política mundial. Unos cuantos de ellos ponen en la Casa Blanca al presidente norteamericano, preparan las guerras, siempre supeditadas a los intereses económicos, dirigen la política monetaria internacional y hacen subir y bajar la Bolsa. Así es nuestro planeta azul y así será nuestro verano azul.

En todo este concierto, España es insignificante. El acierto de Aznar fue hacerles la pelota a los líderes mundiales hasta que le consideraron uno de los suyos. Este que nos puso Aznar no tiene la talla ni el atrevimiento del pequeño hombre del bigote, uno de los tres grandes presidentes de la democracia -los otros dos fueron Adolfo Suárez y Felipe González-. Aunque Felipe González fue quien se empeñó, con la entusiasta colaboración de Jerónimo Saavedra, en quitarnos el régimen de puertos francos y en meter a Canarias en Europa como región ultraperiférica.

No sabríamos decir ahora si esto mermó nuestro tradicional régimen económico-fiscal, nuestro sistema de ingresos, nuestras prebendas tradicionales e impidió que Canarias fuera -como sugirió, entre otros, Mario Conde- un paraíso fiscal. Ello hubiera sido, hoy en día, el pórtico a la independencia económica, a la espera de la política, que tendrá que llegar. Y para conseguir esta última, la burguesía canaria tiene que perder el miedo a dar este paso.

Recuerdo que cuando Obama entró en la Casa Blanca abogó por la desaparición de los paraísos fiscales. Ni uno solo ha sido eliminado. Su existencia interesa a los ricos y quienes mueven el mundo son los ricos; los pobres son quienes lo sufren. Ahora, cada habitante de este país es un economista. Por no saber, los canarios no hemos sabido negociar con el Estado un nuevo estatuto que hable, sin miedo, de la independencia política y económica del Estado español. Los catalanes hablan de eso; y los vascos. Los canarios somos melifluos y no sabemos poner sobre la mesa lo que hay que poner sobre la mesa. No seremos libres jamás, a este paso. Existe miedo a la libertad. Pero todo llegará. Vaya que si llegará. Y no hay que hablar de las desgracias para aliviarlas. Hay que eliminar la desgracia de nuestra dependencia del poder central. Cuanto antes, mejor.