Doce del mediodía de un jueves cualquiera en el Centro de Intervención Social de Cruz Roja ubicado en las cercanías del parque de La Granja, en Santa Cruz de Tenerife. A primera vista no parece una jornada de intensa actividad, pero la realidad es otra. Basta con ver a un subsahariano pedir una cita en la entrada y comprobar que se la dan para principios de marzo. Dos mujeres de rasgos sudamericanos -con sus hijos en el carrito- le siguen en la cola para solicitar ayuda de alimentos. Ellos -como el resto de extranjeros en situación irregular o en proceso de regularización, asilados, apátridas o llegados en patera a las costas- son integrados en el Programa de Inmigrantes y Refugiados de la ONG. Debajo de las cifras se esconden sus rostros y los de quienes les ayudan. Son los eslabones de una gran cadena solidaria. Como ejemplo, el triángulo formado por tres caras femeninas: Jessica, trabajadora social, Karima, educadora, y Adama, usuaria.

Jessica Ramos es la primera persona con la que se encuentra el inmigrante que acude a Cruz Roja. Ella hace un diagnóstico de su situación administrativa y socioeconómica antes de derivarlo a un proyecto concreto: formación, empleo, alfabetización, ayudas...

"Tenemos dos centros en la isla, este y el de Arona, en el que está mi compañera Marta", explica la joven trabajadora social que conoció la labor de Cruz Roja mientras hacía prácticas en el Ayuntamiento de Santa Úrsula y lleva dos años y medio en el programa. "Cada persona es un mundo, apunta Jessica, y una vez conocida determinamos qué apoyo precisa, desde el legal hasta la alfabetización, la formación y la ayuda material para alimentos, productos de primera necesidad, salud e higiene. En otros casos, pasan a los talleres de ocupación o entretenimiento y también ejercemos de mediadores para derivarlos a recursos como el Albergue o los específicos destinados a personas mayores, menores, etcétera".

"Nuestro objetivo es el mismo de siempre: la integración, apunta Jessica, y se mantienen los grandes flujos emisores procedentes de Sudamérica, África o Europa del Este. Pero hemos comprobado en los últimos tiempos cómo ha cambiado el perfil de la gente con la crisis. Aquellas personas en situación irregular que acaban de llegar siguen acudiendo al servicio. Pero ahora también hay muchas que han perdido el trabajo, carecen de redes sociales o familiares aquí y están a punto de volver a ser irregulares. Es lo último que quisieran, pero incluso se plantean retornar a países que dejaron por diversas causas, entre ellas el riesgo de perder la vida".

"Mi mayor satisfacción se produce cuando alguna persona a la que hemos ayudado llega con tarjeta de residencia o su DNI y nos los muestra orgullosa. Eso nos ayuda a seguir", apunta Jessica.

En el proceso de integración, las personas inmigrantes se encuentran con obstáculos. Entre ellos destacan el desconocimiento del idioma y las diferencias culturales, así como la ignorancia sobre los recursos existentes, la normativa española, etcétera.

Para paliar todas estas carencias, Cruz Roja cuenta con profesionales como la segunda protagonista de esta historia: Karima El Mahmdi.

Esta joven marroquí -responsable de la formación y el voluntariado del programa- llegó a España, en concreto a Granada, para estudiar. Ahí comenzó su relación con Cruz Roja como voluntaria para dar clases de español. "En 2005 llegué a Canarias tras seguir el consejo de una amiga, me encantó y me quedé. De 2006 hasta 2012 fui mediadora cultural en el Centro de Extranjeros de Hoya Fría. Luego me integré en este proyecto".

Encargada de las clases de alfabetización, explica su tarea: "Hay dos grupos, uno de personas que hablan español no alfabetizadas y otro de recién llegados. Tenemos unos 50 alumnos con clases para grupos de diez. Durante tres meses, les damos una hora y media cada día dos veces por semana".

Karima valora: "Me encanta trabajar con personas que luego se convierten en amigos. Las historias que escuchamos cada día son muy duras, pero la satisfacción es poder ayudar. Da fuerza para seguir adelante".

"Estamos ante el cierre de un círculo vital terrible. Conozco a quien de tener papeles y un trabajo estable ha pasado a residir en las chabolas del Pancho Camurria. Eso origina una enorme frustración y algo de qué avergonzarse por haber salido de su país con 600 euros y plantearse ahora el retorno sin nada", dice.

Esta radiografía no estaría completa sin el retrato del usuario, en este caso usuaria. Adama Dian Diallo ha cumplido 36 años. Llegó a la isla en 2001 en busca de una hija -hoy ya con 20 años, tiene otra de cinco- y su idea irse en un corto plazo. Sin embargo, se quedó y asegura: "Mi vida está ya hecha en Canarias, la considero mi tierra. Solo iría a Guinea de vacaciones".

"Tengo papeles y tuve trabajo, pero lo perdí", apunta Adama, quien solo tiene palabras de agradecimiento para Cruz Roja: "Vine porque necesitaba ayuda y me la han dado. Primero para alimentos y productos de primera necesidad y luego para saber leer y escribir". "Cada vez domina mejor el idioma", apunta Karima con orgullo, sabedora de que ese es el camino para lograr el objetivo principal, la integración, a través de del esfuerzo de los eslabones de una gran cadena solidaria.