¿Por qué hay 441 canarios en Jordania? Esta cifra, procedente del último Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE), llama la atención por su magnitud -representa más de un tercio de la población española en el país asiático- e invita a la especulación. ¿Son trabajadores isleños atraídos por la industria turística jordana? No. ¿Se trata de jordanos que han adquirido la nacionalidad española tras su paso por nuestro país? Tampoco, o al menos no exactamente.

"No son jordanos, son palestinos", explica José Abu-Tarbush, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de La Laguna (ULL). Esas 441 personas son una de las pistas que permiten rastrear la huella de la corriente migratoria que unió Canarias con Oriente Próximo durante buena parte del siglo XX y que tuvo como resultado la conformación de una comunidad árabe tan plenamente integrada en la sociedad isleña que, como señala Abu-Tarbush, ha terminado por diluirse.

Este fenómeno estuvo protagonizado por palestinos, libaneses y, en menor medida, sirios, ciudadanos de territorios dominados hasta la Primera Guerra Mundial por el Imperio Otomano, lo que explica el apelativo de "turcos" con el que se los conoció en Latinoamérica, objetivo principal de su aventura migratoria.

Tras la anexión de Cisjordania por Jordania, los de origen palestino dispusieron de pasaporte de este último país, al que algunos de ellos decidieron retornar, en muchos casos después de adquirir la nacionalidad española; de ahí, por fin, los 441 canarios que hoy viven en tierra jordana.

Abu-Tarbush ha profundizado en la diáspora árabe, y particularmente palestina, a la que ha dedicado varios estudios. La que recaló en Canarias entre principios del siglo pasado y los años 60 presenta unas características muy particulares. Pese a lo que podría pensarse, no estuvo impulsada por los conflictos políticos, sino por motivos socioeconómicos. El Archipiélago no era el destino inicial, sino solo una escala hacia América, pero muchos optaron, de una forma casi "azarosa", por quedarse.

Mientras sus barcos repostaban en los puertos canarios, sobre todo en el de Las Palmas, y movidos por diferentes motivos -una enfermedad, el miedo a poner una distancia tan grande con sus lugares de origen... -, los viajeros árabes, principalmente comerciantes textiles, decidieron "probar suerte" en las Islas, primero con la venta ambulante y luego de forma más estable. Sus comercios, con nombres como Moujir, Ali o Damasco, aún dan testimonio en las calles de Canarias de esta actividad, que ejercieron tanto como minoristas como al por mayor.

La llegada se produjo "a cuentagotas". Arribaban a las Islas "muy ligeros de equipaje", sin apenas recursos económicos. Una vez establecidos y con sus negocios en marcha, muchos de ellos facilitaban la mercancía a los recién llegados. Al mismo tiempo que salían adelante comercialmente, "se ganaron la aceptación, el respeto e incluso el cariño de la gente", relata Abu-Tarbush.

Josefina Domínguez, profesora de Geografía Humana de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), apunta otros nombres también habituales -Mahmoud, Jaber...- y destaca la "relación de fraternidad" que mantiene esta comunidad con Oriente Próximo y la frecuencia con que sus miembros se trasladan a vivir a sus países de origen.

Su asentamiento en Canarias provocó el surgimiento de familias mixtas, en las que el habitualmente el hombre era árabe -fue una emigración básicamente masculina- y la mujer, isleña. Frente a la tendencia a identificar procedencia y religión, el docente de la ULL precisa que "la mitad eran cristianos" y que, curiosamente, eran estos los que solían casarse entre ellos.

"La integración fue perfecta, a diferencia de lo que ocurrió con otras comunidades más endogámicas", afirma Abu-Tarbush. Tal es así que, en muchos casos, los descendientes de estas parejas solo tienen una idea difusa de su origen e historia. "La memoria de las generaciones más jóvenes se ha perdido", constata.