La historia de Sebastián Medina Clemente, un tinerfeño que emigró hace años a la Península detrás de una endeble oferta de trabajo, es un ejemplo de lo que se puede conseguir con el esfuerzo y la fe en uno mismo. Empezando de peón de la construcción, ha acabado trabajando para el Gobierno navarro, enseñando a otros sus conocimientos y hasta haciendo de jurado para acreditar a quienes aspiran a obtener una titulación en la materia.

Él quiere que su caso se conozca porque cree que puede ayudar a quienes tienen ante sí un panorama laboral oscuro y pueden perder la motivación.

Porque, Sebastián, que estos días ha descansado en un hotel del sur de Tenerife, pasó de la decepción al ver que en su tierra no conseguía nada a pesar de sus continuos intentos (llegó a enviar 1.486 currículos por internet y a entregar 126 en mano) a la satisfacción del reconocimiento profesional en Navarra, donde ahora trabaja y enseña. Eso sí, dice que nunca se desanimó, que siempre tuvo fe en sí mismo.

Y tiene una frase que les dice a sus alumnos de la Fundación Laboral de la Construcción, donde es coordinador de los talleres de la Fundación de Navarra y profesor de Formación Profesional Básica, cada vez que empieza un nuevo curso: "Entre tanta puerta cerrada, siempre hay una ventana abierta".

Nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1965, Sebastián estudió técnico en estructuras metálicas.

Sus inquietudes sociales y culturales lo llevaron a ser compositor de canciones y coplas canarias, a erigirse en defensor de las tradiciones, en las que participaba activamente, e incluso creó un proyecto de esculturas en La Palma, que nunca le aprobaron.

Hasta se metió en política para hacer algo por mejorar la sociedad: fue candidato al Senado por el Centro Democrático Liberal en 2008, un partido que pretendía recoger la antorcha centrista del extinto CDS, heredero, a su vez, de la UCD.

Obtuvo unos cientos de votos y, decepcionado, al comprobar que una cosa eran las quejas que oía a diario en los bares y otra lo que la gente votaba, cogió otro rumbo.

Antes, en los años ochenta, había probado trabajos diversos, pero en ninguno se sentía "realizado, querido o valorado", según sus propias palabras.

Ayudante de chapista de coches, vendedor de libros, soldador, vendedor de máquinas de coser, comercial de redes locales para ordenadores, pintor, y alguno más que no recuerda, fueron los oficios que tuvo en la capital tinerfeña. Por esa época se casó y comenzó a buscarse la vida en la zona sur de la isla.

Trabajó como camarero, recogiendo basura corriendo detrás de un camión -"cuando se hacía puerta por puerta", en Granadilla-, como recepcionista de motos de alquiler, etc.

Finalmente, en 1993, acaba en la construcción de peón, un trabajo en el que no le ayudaba precisamente su escasa corpulencia, que le obligaba a un sobreesfuerzo para estar a la altura de los compañeros.

Recordando aquella época, Sebastián suelta una de sus frases de autoayuda: "La verdadera resiliencia no está en los actos, sino en las personas".

Porque, a pesar de las dificultades, consiguió progresar en la construcción: de peón a peón especialista, albañil de segunda, albañil de primera, jefe de cuadrillas, oficial de 1ª albañil de replanteos, capataz, encargado, encargado general y jefe de obras. Y todo ello en 12 años.

Mientras, va haciendo cursos de perfeccionamiento en el Inem y los que ofrecían las propias constructoras donde trabajaba, conocimientos que serían cruciales a la hora de dar el salto a la Península. Pero ese momento aún no había llegado. Antes intentó abrir un negocio propio, que no le salió como esperaba y las deudas acabaron rompiendo su matrimonio.

Casi agotado el subsidio de desempleo, después de haber puesto esos 1.486 currículos vía internet, lo llaman de Pamplona y le ofrecen trabajar de monitor de taller para cursos ocupacionales de construcción, pero solo a media jornada.

Sin saber qué hacer ante un cambio tan radical de vida y con solo 300 euros en el bolsillo, llega a la mayor encrucijada de su vida. Se pasa varias noches sin dormir, dándole vueltas a la cabeza, hasta que se decide. Y aquí coloca Sebastián otro pensamiento que resume su forma de entender la vida: "Cuando no tienes nada que perder, y solo te queda tu dignidad, hay que ser resiliente porque todo será ganar".

Y abunda: "Creo en mí, en mis posibilidades de poder salir adelante. Si vuelvo a perder, volveré a comenzar, porque la adversidad me hace más fuerte emocionalmente. No soy el único que deja todo atrás para comenzar de nuevo, eso también lo he aprendido de otras personas".

Una vez en Navarra, comienza a trabajar en la Fundación Laboral de la Construcción como monitor de albañilería y monitor de encofrados, después como monitor de operarios de servicios múltiples y de tabiquería tradicional.

En breve entra en el sistema educativo como profesor de programas de Cualificación Profesional Inicial, dando clases de albañilería a jóvenes de 15 a 21 años que han dejado los estudios y, en unos meses, lo hacen coordinador de los talleres de la fundación.

Comienza a estudiar un máster por la Universidad Ramón Llull de Barcelona y se convierte en perito judicial en investigaciones inmobiliarias, haciéndose miembro de la Unión Europea de estos profesionales, además de técnico en prevención de riesgos laborales, experto en intervención con menores, especialista en resiliencia, especialista en la rehabilitación edificada, experto en mediación escolar y técnico superior en gestión ambiental.

Cada vez le encargan más responsabilidades y se establece definitivamente allí, donde llega a ser evaluador en los procedimientos. Sin embargo, no lo duda y afirma: "Echo de menos Tenerife, las costumbres y el clima, pero la oportunidad de crecer laboralmente no la encontré allí, a veces hay cerrar los ojos y atreverse a vivir", asegura.