Su caso es excepcional. De hecho se estima que en todo el mundo hay menos de una decena de diabéticos tipo 1 que practican deportes extremos, pero el tinerfeño Antonio Ortega tiene claro que hará todo lo posible para demostrar que la enfermedad no es impedimento alguno para llevar una vida plena y hacer lo que a uno le gusta y le apetece.

El último reto que ha aceptado para dar a conocer que, con el adecuado control, la enfermedad no limita ninguna actividad, es subir andando a Machu Picchu (Perú), en colaboración con la organización World Diabetes Tour.

"La idea me pareció maravillosa y quise hacerla desde que me la plantearon y la verdad es que no encontré ningún tipo de limitación, aunque hay que ser sincero y reconocer que para poder hacer este tipo de cosas te tienes que conocer muy bien y ver cómo funciona tu cuerpo, porque no hay dos diabéticos iguales", explica Antonio Ortega.

Y es que en su vida rutinaria Antonio se mide el azúcar entre cuatro o cinco veces al día, pero en este viaje lo hizo entre diez y quince veces para comprobar que los niveles eran los adecuados, ya que se hacían jornadas de caminata de entre diez y doce horas al día y gastaba mucha energía.

"Cuando llegué a la parte más alta, dormí mal y tuve el azúcar alto, pero fue el único momento en el que me sentí mal, el resto de la estancia -que duró 12 días- llevé una vida completamente normal. Lo que más me impresionó es que en el grupo había gente de China, Canadá, Francia, etc., y todos teníamos claro que la diabetes no iba a ser ningún impedimento para conseguir el reto, y así fue", relata este canario que reconoce que cuando vio la construcción inca sintió que había superado una nueva etapa en su vida.

Pero, y después de Machu Picchu ¿qué?. Pues Antonio Ortega quiere seguir rompiendo barreras y trabaja ya en la idea de participar en algún Iron Man de Europa. "Quieto no me voy a quedar", dice.