Eduardo Doménech llegó al Rectorado de la Universidad de La Laguna cuando la crisis económica aún era una difusa amenaza en el horizonte. Ocho años después, se dispone a abandonar su cargo -que pronto será ocupado por Antonio Martinón- dejando un legado en el que se mezclan logros reconocidos y medidas muy contestadas.

Los dos mandatos de Doménech han estado inevitablemente marcados por las limitaciones financieras, pero el catedrático de Pediatría no ha permanecido paralizado por estas estrecheces. Ha actuado. Y es esta condición de "hombre de acción" -así se define él mismo- la que explica tanto sus principales aciertos como sus mayores errores.

No obstante, uno de los resultados de su gestión que más destaca nace, de hecho, de una reacción a la crisis y los recortes: la ULL es una de las pocas universidades del país que no ha acometido despidos en este periodo.

Pero si de algo se ha mostrado satisfecho el ya rector en funciones es de haber obtenido el sello de Campus de Excelencia Internacional para el proyecto científico conjunto con la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. No todas las acciones previstas han podido realizarse debido a la retirada de parte de la financiación del Estado, pero las que sí se han llevado a cabo han permitido captar fondos europeos y han dado relieve internacional a la investigación que desarrolla la ULL.

Pese a la disminución -primero- y supresión -después- de fondos públicos para inversiones, la ULL ha conseguido finalizar y poner en uso dos de sus grandes proyectos de infraestructuras: la reforma del Paraninfo y la ambiciosa -y costosa- nueva Facultad de Bellas Artes.

El resto del capítulo de infraestructuras entra en la categoría de las tareas pendientes, puesto que muchas instalaciones de la Universidad se encuentran en estado de deterioro sin que haya recursos para sustituirlas o reformarlas a fondos. La Facultad de Educación, el Campus de Ciencias de la Salud y la Sección de Náutica son los ejemplos más claros.

Aunque las administraciones han restringido la financiación, la ULL tiene sus cuentas saneadas, una situación que se fraguó en la recta final del mandato del anterior rector, Ángel Gutiérrez, y que el equipo de Doménech ha conseguido mantener.

También como respuesta a los recortes se ha planteado otra actuación que, de fructificar, puede aclarar el futuro financiero de la Universidad. La ULL denunció en los tribunales la suspensión del contrato-programa, el acuerdo mediante el que la financia el Gobierno regional. El TSJC le dio la razón. El recurso del Ejecutivo está en manos del Supremo, que ya ha fallado a favor de la Complutense en un caso similar.

Las sombras de Doménech tienen un nombre: AMEC. Acusados de mentir y de "ofensas graves" tras atribuir a la Facultad de Psicología el retraso en la tramitación de unas becas, once alumnos de este grupo claustral fueron objeto de un procedimiento disciplinario y, finalmente, sancionados.

Desde diversas instancias, entre ellas el Parlamento, se solicitó que el castigo quedase sin efecto, pero el gobierno universitario hizo oídos sordos. Finalmente, la Justicia anuló las sanciones. Doménech ha expresado cierto arrepentimiento en alguna ocasión, aunque no se ha disculpado.

Dos veces llevó el grupo de gobierno al Claustro la reforma de los estatutos y dos veces fracasó por la falta de un consenso que en las negociaciones previas parecía seguro. El plazo para adaptar esta normativa a la Ley Orgánica de Universidades hace ya tiempo que se agotó.

Otras medidas han generado controversia. La fusión de centros y departamentos, considerada por lo general necesaria, no ha satisfecho a todos y ha despertado críticas por falta de consenso. La normativa de permanencia del alumnado es un requisito para poder verificar los títulos, pero hasta los tres catedráticos que concurrieron a las recientes elecciones a rector la encuentran demasiado rígida, por no hablar de los estudiantes. La acreditación de los títulos, en fin, abre nuevos interrogantes tras el informe negativo obtenido por Periodismo.