Adora a su hijo. No hay nada que no haría por él y eso que este frecuentemente la empuja, le grita e incluso se pone agresivo, pero para Caridad (73 años), Juan Antonio (56) es un niño que no ha crecido y que necesita de ella para todo. Sin embargo, los años, y sobre todo la crisis ha hecho que, por primera vez, Caridad pida ayuda para poder atender a Nené, como lo llama cariñosamente la familia.

"Yo sabía que estaba lo de la ley de dependencia, pero no sabía muy bien si eso podría ayudarme o no, hasta que me quedé viuda en el año 2010 y los del seguro de mi marido me dijeron que tenía que arreglarlo porque tenía derecho. Yo no sé ni leer ni escribir, así que tuve que ir a un montón de sitios a informarme y al final lo presenté todo en agosto de ese año", relata Caridad.

Fue algo más de un año después (en mayo de 2011) cuando recibió la resolución de la Consejería de Bienestar Social del Gobierno de Canarias en la que se le reconocía a su hijo como gran dependiente de grado III y nivel 2. Sin embargo, cuatro años después sigue sin tener ninguna noticia nueva al respecto y sin cobrar la prestación.

"Hemos puesto varias reclamaciones y en ellas la Consejería de Políticas Sociales del Gobierno de Canarias nos responde que el expediente sigue su tramitación por riguroso orden de entrada", detalla Sonia, otra hija de Caridad que le ha ayudado con todo el papeleo y que también la apoya en el cuidado de su hermano Nené.

"Ella tuvo que pedir ayuda porque ya no podía más, no solo porque tiene que estar pendiente de mi hermano absolutamente todo el tiempo, sino porque además tuvo que realizar obras en casa para adaptar la bañera y demás, y para poder hacerlo tuvo que pedir un préstamo. Los servicios sociales le dijeron que no se preocupara, que había ayudas y que se la darían, pero nunca llegaron. Luego le dijeron que si quería podría poner a Nené en un centro de día, pero ellos mismos nos reconocen que no existe ninguno adaptado para él", añade Sonia, que insiste en que ni ella ni su madre buscan dinero "sino que se haga efectivo un derecho reconocido por una ley, pero a veces te hacen sentir como que se está pidiendo una limosna y es humillante".

Juan Antonio tiene reconocida una minusvalía de grado máximo desde 1985, debido a que, además de su discapacidad física, tiene graves problemas neurológicos que no solo imposibilitan que se pueda valer por sí mismo sino que además frecuentemente le dan ataques de epilepsia y brotes de agresividad.

"Él pesó un kilo y 150 gramos al nacer y cuando empezó a crecer ya le fui notando que era muy nervioso y que hacía cosas que no eran muy normales, pero yo también era muy joven y no le daba mucha importantes. Cuando tuve cuatro hijos más me di cuenta de que él era muy diferente. Yo lo mandaba al colegio y siempre me llamaban para decirme que se portaba muy mal y que necesitaba un colegio especial. Ellos mismos me ayudaron a arreglar los papeles para que los médicos estudiaran su caso y le diagnosticaron un retraso mental importante y pasó por un tribunal que le reconoció una invalidez total", narra Caridad.

Y es que Nené no puede hacer nada solo. "Yo lo baño, lo visto, lo afeito y le hago todo. Él rechaza a a todo el mundo, además de que tiene numerosos problemas de conducta. Cuando me quedé viuda me vi sola. No sabía a dónde ir ni qué hacer para buscar una ayuda y al final pude poner lo de la dependencia, pero nunca pensé que tardaría tanto", insiste.

Pero en este tiempo Caridad y su hija no se han quedado de brazos cruzados. "Reclamamos, llamamos, vamos a las oficinas a cada rato, pero solo nos dicen que esperemos, pero ¿cuánto tiempo más si ya vamos para cinco años? Cuando vamos al servicio ellos mismos nos dicen que es rarísimo que se haya retrasado tanto y que no saben qué decirnos".

Caridad tiene 73 años, pero asegura tener vitalidad para seguir atendiendo a su hijo. "Yo solo le pido a Dios que me dé fuerzas para seguir cuidando de él, para mí no es una carga, pero poder contar con la ayuda de la dependencia significaría un gran cambio. Solo en la alimentación serían un gran cambio porque mi hijo se tiene que tomar doce pastillas al día, así que tiene que comer al menos cinco veces para que no le hagan daño ni le den fatigas. La ropa la rompe toda, tanto la que le pongo como la de la cama, además de que orina los colchones. Lo que yo gano de viudedad me lo gasto todo en él. Yo no escatimo nada de lo que él necesita. Le he arreglado la boca sin ayuda de nadie, incluso le he comprado una cama y un colchón especial porque tenía muchos dolores y el pobre no paraba de quejarse, pero es demasiado para mí, que solo tengo una pensión de viudedad", explica esta chicharrera.

Mientras que Sonia reflexiona: "Mi hermano es como si fuera un niño en un cuerpo de un señor de casi 60 años, pero parece que lo que quieren es que cumpla los 70 para darle la ayuda que le corresponde"