Un total de 132 niños saharauis procedentes de diferente campamentos llegaron ayer a Tenerife después de un viaje que, en algunos casos, rozó las 24 horas. Sin embargo, la energía de los pequeños y su emoción por encontrarse con sus familias de acogida, o por conocer a quienes serán sus padres durante los dos próximos meses, disipó el cansancio.

Llegaban de lejos; de un sitio que poco o nada tiene que ver con Canarias y Europa, y eso se notaba en sus peinados (sobre todo en el caso de las niñas) y en la vestimenta. Aunque casi todos tenían puestas sus mejores ropas, hubo quien llegó sin calzado o con este completamente destrozado y sujeto al pie con unos elásticos.

Muchos llegaron a la isla con lo puesto, otros llevaban una minúscula bolsita de plástico con dos o tres prendas y la mayoría pequeñas mochilas con sus enseres.

Mientras esperaban al reencuentro, los pequeños que ya conocían Tenerife lo que más anhelaban era ver a su familia, pero también comer ensaladilla e ir a la playa.

"Es normal. Es un plato que les encanta y que los campamentos jamás podrían preparar porque además de no tener los ingredientes, allí ahora mismo están a cincuenta grados", detalla Nati, la madre en acogida de Huoria, de doce años de eddad, que no para de besarla y que cuenta que si se hubiera quedado en los campamentos no habría hecho nada. "Allí hace tanto calor que solo podemos quedarnos dentro de casa todo el día con todo cerrado".

Mucho más tímida es Zagma, de 11 años, a los que sus padres de acogida -Raquel y Carlos- se la comían a besos.

"Es nuestra princesita", repetía el orgulloso papá al tiempo que se le saltaban las lágrimas. "La queremos muchísimo. Este es el segundo año que está con nosotros y el año pasado nos hizo inmensamente felices demostrándonos su fortaleza y humildad".

Aún con lo ojos llorosos Neina de 12 años no se despega de su madre canaria (Pepi). Cuando los padres entraron en el pabellón pasó un ratito hasta que se encontraron y la pequeña se derrumbó pensando que no habían ido a recogerla, y eso que junto a ella estaba su hermana, que también pasará el verano con una familia de acogida.

"Son niños que viven en una situación terrible. Necesitan de todo, pero sobretodo ser felices y disfrutar de su niñez, algo que el desierto no les permite y que aquí tienen al alcance de la mano", explicaba Pepi mirando lo pies descalzos de Neina. "Ahora lo primero será ir a por unos zapatos".